—Gonzalo,
tanto tiempo sin verte.
—Así
es para ti; yo si te he visto. Te veo las mañanas cuando llegas a tu oficina
mientras yo vendo el diario en la esquina. Te veo al mediodía cuando sales a
almorzar con alguna amiga, cuando yo lustro calzado en el portal. Te veo cuando
vuelves en la tarde mientras tu chofer me contrata para que te lave el carro.
Te veo al caer la noche cuando apurado te marchas sin mirarme. Sólo hoy se ha
cruzado tu mirada con la mía que trataba de esquivarla.
—Casi
no te reconozco.
—Así
es no me conoces; conocías al Gonzalo de la juventud, al ingenuo, al bueno, al
taciturno. Ya no existe, este que ves aquí es el cansado, el anciano, el
resignado. Tú eres el locuaz, el vivaz, el triunfador.
—No.
Me refiero a tu rostro.
—Los
años. Mis años han arrugado mi piel. La tuya no, porque tus años han sido
diferentes. Mis años han tenido sinsabores, nostalgias y fracasos. Los tuyos,
diferentes, han sido un transcurrir de romances, de triunfos y victorias.
—Pero,
tenemos la misma edad.
—De
calendario, pero no de vivencias y experiencias. Las vivencias las pongo yo,
que enviudé a los treinta y cinco, que tuve que criar a mis cinco hijos, que
perdí mi trabajo porque los bancos congelaron el dinero de mis patrones. Tú
pones las experiencias, has viajado, te has relacionado con lo más granado de
la banca y la política, has disfrutado.
—No
lo creas son solo apariencias. Cuando llego a mi casa por la noche, no logro
conciliar el sueño porque me preocupa la inflación, el pago de la hipoteca y la
universidad de mis hijos en el exterior. El nuevo carro que se ha comprado el
vecino y las dos semanas que llevamos sin hacer reuniones en casa. Cuando estoy
en la oficina me preocupa saber que estará haciendo mi mujer. Las reuniones que
pueda tener mi jefe con alguno de mis colegas para ofrecerle mi puesto. La
razón de que un amigo no me invite a su fiesta. Son muchas cosas, tú eres feliz
porque no tienes de que preocuparte, pero yo llevo una vida alterada por
cualquier señal que indique que me sacarán del grupo. Tengo que esforzarme cada
día para acordarme porqué tengo que rendirle pleitesía a fulanita, si es por su
amistad con mi mujer o porque su marido es el gerente del banco. Me preocupa
que mi partido pierda las elecciones venideras y los rivales nos persigan por
cuatro años. Tengo miedo Gonzalo, tengo miedo.
—Te
ofrecería consuelo si tuviera. La única Consuelo, a la que amaba, se casó
contigo, ¿lo recuerdas? Nunca tuve fortuna que ofrecerle y su madre apuntaba a
la segura. No le cuentes que has visto mis arrugas, que yo me olvidaré de haber
visto las tuyas.
Los
años arrugan la piel, pero el miedo y la soberbia arrugan el alma.
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