El hombre de la gabardina metió el sobre en el buzón, eran las cinco de la
tarde del 3 de Octubre de 1967 y llovía en Quito.
Alex Sigilo, había llegado hasta las oficinas de la Dirección Nacional de
Correos después de sortear los chorros de agua que caían desde las cubiertas de
los edificios. Hacía frío, claro que hacía frío. Era la época en que empezaban
las clases en los colegios y al mismo tiempo las lluvias en la serranía
ecuatoriana.
Cumplida su misión, decidió entrar a tomar algo caliente en alguna de las
cafeterías del centro. Su vida no era muy agitada y su actividad se reducía a
cierto tipo de encargo como el que acababa de realizar. Solamente había
terminado el colegio y no tenía ninguna inclinación en particular por lo que no
ingresó a la Universidad. Los últimos tres años había sobrevivido apegado a
ciertos políticos que le encomendaban las actividades más raras y variadas. No
era lo ideal, pero le agradaba porque no le caían mal unos sucrecitos y lo
variado de los encargos mantenía su entusiasmo.
El local al que ingresó estaba casi lleno, especialmente de gente mayor,
jubilados, profesionales que terminaban su jornada de labores y políticos que
hacían vida permanente en los cafés. Había hombres de negocios que no tenían oficinas
y despachaban todo en las cafeterías. Vio una mesa desocupada en uno de los
extremos y tomó asiento.
—Un tinto chico y una cajetilla de King—
El tinto era el café negro, cargado. Alguna vez que conoció a alguien, no
sé si chileno o argentino le explicaba que ellos llamaban tinto al vino y café
al café. Bueno allá ellos, nosotros no somos tomadores de vino. La mejor manera
de matar el frío de la tarde era con un café, un cigarrillo, y la esperanza de
que hasta las siete de la noche suceda algo extraordinario. Si no era así, no
le quedaba más que comer algo en la calle y encerrarse en su habitación hasta
el día siguiente.
El día no había estado mal para ser martes, la semana recién empezaba y
algo le decía que las cosas iban a mejorar. El señor “J” le había encomendado
el dejar ese sobre en el correo y le había ofrecido que habría algo más esa
semana. Pero había insistido que sea en ese buzón y a esa hora.
2
Gerardo Miranda, miró su reloj por milésima vez. Desde que laboraba en el correo, no había tenido
una época tan agitada como ésta. El señor “P” le había conseguido este trabajo
hace tres años y aunque el sueldo no alcanzaba sino para cubrir los gastos de
la casa, ciertos ingresos adicionales le estaban permitiendo ahorrar algo para
el futuro. Claro que para obtenerlos tenía que hacer ciertos trabajitos
especiales para el señor “P”. Y este era uno de ellos. Tenía las llaves del
buzón de correspondencia nacional, y era el encargado de vaciarlo cada tarde. Cuando
faltaban cinco minutos para las cinco de la tarde, disimuladamente se paró
cerca de la caja metálica, observando cualquier movimiento que involucrara
dicho objeto, pero no sucedía nada, la poca gente que se hallaba dentro del
hall esperaba que amaine el aguacero para continuar su camino.
Afuera llovía como en Octubre. A las cinco en punto de la tarde, un
personaje vestido con una gabardina azul-grisácea se acercó con un sobre grande
marrón y lo depositó en el buzón. Desde donde Estuardo estaba parado no pudo
apreciar detalladamente las facciones del individuo, además no le interesaban.
A él le interesaba el sobre.
Disimuladamente, regresando a ver a cada lado se acercó, sacó el llavero de
su bolsillo, abrió el buzón y extrajo el sobre marrón. Apresuradamente,
temiendo que alguien le viera hacer el trabajo que hace todos los días y que a
nadie le llamaba la atención, cerró el buzón y salió corriendo hacia su
oficina. Bueno él la llamaba oficina pero era una caja de dos por dos metros
sin ventanas, e iluminada por un tibio foco que colgaba de las escaleras que
subían al segundo piso.
Cerró la puerta tras de sí, se sentó y a la luz del débil foco leyó el
destinatario: Estuardo Vilacrés. —Bien— Dijo para sus adentros, hizo una mueca
de satisfacción y suspiró. Solamente tenía que entregar el sobre al señor “P” y
se habría ganado veinte sucres adicionales para su cuenta de ahorros.
El señor “P”, cerró su oficina frente al pasaje Amador, subió a su Peugeot
blanco y se dirigió a la oficina del correo. Al llegar, solamente disminuyó la
velocidad, se arrimó al lado izquierdo de la vía bajó la ventanilla del
vehículo y recibió un sobre marrón de manos de Gerardo Miranda que le esperaba
en la vereda protegido de la lluvia por un periódico en su cabeza.
Aceleró despreocupadamente y se dirigió al norte por la calle Vargas.
Mientras conducía extrajo un sobre blanco del marrón y lo dejó sobre el asiento
del acompañante. Al llegar a la altura del parque de la Avenida América tomo a
la izquierda subió dos cuadras y a la mitad de la siguiente se detuvo frente a una puerta donde esperaba
una mujer. Le entregó el sobre blanco y sin cruzar palabra se dirigió a su
casa.
La señora “M”, tomó el sobre y lo puso sobre una mesita en el recibidor,
fue a la cocina, calentó un poco de leche y se preparó un chocolate para
atenuar el frío. A las siete de la noche salió a la puerta con el sobre blanco
tamaño oficio y lo entregó a un taxista de un vehículo negro que venía todos
los días laborables y retiraba los sobres de la casa de la señora.
Ese sobre en unión de otros nueve contenían los originales de todos los
documentos que habían firmado los Ministros de Estado en ese día. Así como Alex
Sigilo había recibido de manos del señor “J” el sobre del Ministerio de Obras
Públicas, de igual manera otros personajes lo habían hecho, como lo hacían
todos los días de los restantes Ministerios.
Al día siguiente a las seis de la mañana, el mismo taxista dejaría el sobre
blanco en casa de la señora “M”, el señor “P” pasaría por él a las seis y
treinta y a las siete lo entregaría a la señorita “O” que era la secretaria del
Ministro. Todo muy simple, muy organizado, sin mucha bulla y con una
remuneración que aunque no era mucha ayudaba a la señorita “O”, a la señora
“M”, a Gerardo Miranda y a Alex Sigilo a continuar con sus vidas.
Los otros Ministerios tenían sus canales de recuperación organizados de
manera parecida.
En cuanto al señor “P”, y al señor “J”, su retribución estaba dentro del
plano político. La misma Embajada que microfilmaba todos los documentos por la
noche se encargaba de darles información confidencial que podían usar para su
beneficio personal.
……continuará
Excelente redacción! Creo que tienes un gran escritor que esta queriendo salir a la luz. sigue descubriendote y regalanos más de ese talento innato que tienes. Felicitaciones, un fuerte abrazo.
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