Luis Ponce
Sevilla
Felipe Sigilo
Dávalos cerró la puerta de su oficina en uno de los edificios más cotizados de
la Avenida República del Salvador.
Cuando salió
llovía, como casi siempre a esa hora en Quito. Abordó el primer taxi que pasó y
se dirigió a su casa. Debía ir a cambiarse pues tenían un compromiso y quedó en
pasar por su novia a las ocho de la noche.
Con un brinco pudo
llegar a la puerta de su casa, antes de que un vehículo que pasaba apresurado
le salpique del agua que llenaba la calle. —“Qué manera de llover”—. Pensaba
mientras sacaba la llave de un bolsillo. Preocupado por evitar que el tráfico
termine de mojarlo no había reparado en una caja de cartón que estaba adecuadamente
situada en su camino como para obligarle a que repare en ella.
La tomó y entró,
era prioritario secarse y cambiarse. Y calentarse. Luego de ponerse cómodo y
por lo menos en camino de abrigarse, fue a buscar la caja.
Ahora sí, con un buen jarro de café, la
chimenea prendida y de fondo un disco con los temas musicales de las películas
más populares se dispuso a ver que contenía la caja. Todavía le quedaba tiempo
antes de pasar por Jimena (así se llamaba su novia).
Una tarjeta
simple con una inscripción mecanografiada de “A quien pueda interesar”, era lo
único que llevaba la caja. No esperaba encontrar buenas noticias, menos aun
cuando empezó a sonar el fondo musical de “El último Samurái” otra de las malas
películas que él se había autocensurado. Odiaba a Tom Cruise y solamente el
verlo en alguna noticia en la televisión
le producía una alergia insoportable en la piel, por suerte duraba muy poco el
efecto. Por suerte también duro muy poco el fondo musical.
Abrió la caja y
para su sorpresa, contenía dos cajas en su interior: una negra y una blanca.
—“La nada es
blanca”—diría Manuel Vicent en el “Azar de la mujer Rubia” y lo bicolor de las
cajas le sonaba a azar. El fondo musical de Forrest Gump, puso el toque
adicional de misterio al proceso de selección de las cajas.
“Pero si la blanca es nada, la negra es todo”.
De pronto surgió
en su mente la imagen de Pandora y soltó las cajas. Estaba solo en la casa, en penumbra,
la débil luz de una lámpara de mesa se unía al brillar de la leña en la
chimenea. ¿Será una prueba del destino? ¿Un mensaje de los dioses? ¿Una broma
de los amigos?
Bueno, el no
creía en dioses ni en el destino así que debe ser una broma de sus amigos. Lo
dio por seguro cuando empezó a sonar el fondo musical de los “Cazafantasmas”.
Sorbió algo del café que había empezado a enfriarse y quiso abrir una de las
cajas. Pero no sabía cuál. ¿Y si la blanca contenía los bienes y al abrirlos se
le escapaban? ¿O si abría la negra? Podría ser peor.
Para agrandar su
duda empezó a sonar el tema de “Star Wars”, recordó que los peronajes eran
negros o blancos y su problema se volvió enorme, ya no se reducía a abrir o no
una caja, a escoger entre el bien o el mal, tendría que tomar una decisión que no
sólo podía afectarlo personalmente sino
a su familia, a su país, a toda la humanidad.
Se le había
quitado el frío, pero empezó a sentir que una corriente helada recorría su
columna vertebral. Quiso recurrir a alguien en el exterior, llamar por teléfono
a su novia, a un amigo, a alguien que le sirviera de nexo con la realidad, con
el mundo, que le hiciera poner pié en tierra. Pensó en Obi-Wan Kenobi como
última solución, pero se dio cuenta de que no sabía cómo ubicarlo.
Todo se le
complicó pues empezó a sonar el tema de la “Delgada Línea Roja” y eso le
impidió mover sus manos para alcanzar el teléfono. Solamente podía parpadear.
Intentó recurrir al café para despertarse, pero fue imposible, sus brazos no le
respondían. No pudo gritar, le faltaba la respiración, se le nubló la vista, de
a poco iba dejando de oír la música. —“… El oído es el último de los sentidos
que se va….”
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