martes, 22 de diciembre de 2015

TOCATA Y FUGA 5

Cuando Hernán Cevallos llegó a su oficina, todo el mundo estaba alborozado. 

Habían trabajado infructuosamente durante todo el fin semana, estaban dispuestos a darse por vencidos y a aceptar que en verdad eran unos incompetentes.

Pero cuando se aprestaban a abrir las puertas de la institución para atender al público, de pronto todo volvió a la normalidad, el sistema empezó a funcionar como de costumbre y cada apellido de la gente del pueblo tomó su lugar.

Esto produjo una satisfacción tan grande entre los empleados, que no tuvieron fuerzas para abrir la oficina y se desmadejaron en sus escritorios, como si un síndrome post stress se les hubiera apoderado.

De a poco fueron recuperándose, alguien se puso a hacer café, otros llamaron a sus casas para avisar de la buena nueva y el que más, tenía una sonrisa de satisfacción en su rostro.

Habían salvado a muchas familias: a aquellas que habían cuidado sus apellidos por generaciones para que no sean ni siquiera manchados, peor perdidos. A aquellas que les había costado una larga demanda contra el patrón que se aprovechó de la abuelita cuando era joven y que obtuvieron su apellido vía judicial. A los inmigrantes extranjeros que habían castellanizado su apellido judío para huir del nazismo en la segunda guerra mundial. Inclusive a aquellos que tenían sólo el apellido de la madre pues el padre había cometido con ella algo que no tenía nombre y según él tampoco apellido.

Hernán tenía una cara de triunfador cuando llegó a la oficina:

—Señorita Larrea, pida a Relaciones Públicas que organice una rueda de prensa para las doce del día. Quiero una reunión inmediata de los jefes de departamento y llame a Mantilla para una sesión fotográfica a las once en punto.

Ésta era la oportunidad que había estado esperando. El momento preciso, el disparador perfecto para su campaña política, no podía desaprovecharla.

Marcó un número telefónico:

—Gutiérrez, acepto su propuesta. Seré su candidato a Alcalde, si quiere podemos reunirnos esta noche en mi casa, para concretar la propuesta… ¿Qué usted no acostumbra a reunirse en casa de sus candidatos? Bueno, puede ser en la suya… ¡Ah, ¿Qué esta semana no tiene tiempo?! Pues, usted me avisará. Bueno…espero su llamada.

Ese diálogo telefónico lo desinfló. Gutiérrez le había propuesto la candidatura, inclusive había comentado con su familia sobre la posibilidad, aunque no habían tomado una decisión. Pero Teresa se acordaría de que le comentó la otra noche.

”¡Maldito Gutiérrez ¡” pensó.

—Los jefes de departamento están ya en la sala de reuniones. Avisó la señorita Larrea.

—Voy.

—Buenos días señores, primero permítanme felicitarles por el trabajo realizado el fin semana, hemos superado un serio problema, que como ustedes comprenderán hubiera puesto en entredicho la capacidad de quienes laboramos en la Institución, por lo que personalmente he querido ofrecer mi reconocimiento a su esfuerzo y dedicación.

(Estaba afiladísimo, debería aprovechar estas oportunidades para ir soltando su capacidad de convencimiento si quería dedicarse a la política).

—Pues bien, ustedes se preguntarán ¿cómo fue que después de trabajar tres días seguidos con sus noches sin conseguir resultados, el lunes a la mañana todo se solucionó? Muchos se habrán extrañado de mi ausencia durante el fin semana. Pues, para su conocimiento, el esfuerzo desplegado por vuestro superior en unión de ciertos asesores internacionales permitió superar el extraño caso de los apellidos desaparecidos. Mi modestia impide llevarme el elogio por el éxito de la misión, por lo que me permito comunicar que el informe que voy a presentar en el ministerio, adjudica a todos ustedes sin distingos ese encomiable agradecimiento.

La reacción fue la esperada, sonrisas de júbilo desfilaron por los rostros de los directivos y una interminable lluvia de agradecimientos estremeció los emocionados oídos de Hernán Cevallos, como un presagio de futuros éxitos políticos. Había sembrado en suelo fértil la semilla indicada, para cosechar más tarde —durante la rueda de prensa— el fruto del agradecimiento incondicional.

—Están invitados a una rueda de prensa que comenzará a las doce del día en el auditorio y a la recepción que a continuación brindaremos a los medios de comunicación.

Este último detalle produjo una notoria molestia en la señorita Leal, pues, ella que sería la encargada de conseguir, cotizar, contratar, organizar, cancelar y luego justificar la comilona, era la última en enterarse. Con una mueca de disgusto abandonó el salón haciendo resonar las agujas de sus tacones, con lo que la atención de todos los presentes abandonó a Cevallos, para irse a lomo de Larrea.

La última palmada en la espalda, aún no había desaparecido de su espalda, cuando Hernán llegó a su oficina para encontrarse con la carota de Maritza Larrea.

—Me imagino que usted va a organizar la recepción, porque la rueda de prensa que me pidió ya está lista para las doce y el fotógrafo vendrá a las once; pero solo a usted se le ocurre hacer un brindis después, como si eso fuera como soplar y hacer botellas. ¡Ni crea que a esta hora voy a ponerme a buscar quien le solucione sus problemas!

Hernán pasó a su oficina sin chistar, en puntas de pie y cabizbajo. Ya la conocía y sabía que con un mimo, el problema estaba resuelto. Además su mente estaba más allá de la rueda de prensa, más allá del brindis, estaba en el futuro que la política le podía deparar. Y para eso tenía madera.

—Señorita Larrea, a mi oficina por favor.

La voz en el intercomunicador tenía un resbaloso aire de coquetería mal disimulada. Eso a Maritza le arrancó una pícara sonrisa que no pudo disimular.

Ingresó a la oficina de Hernán Cevallos abriendo la puerta con la cadera, como para demostrar que sus armas estaban intactas y que podía usarlas cuando ella lo decida. Una gota de saliva estuvo por abandonar la comisura de los labios de Hernán, pero recompuso la figura justo al tiempo que sus miradas se cruzaron encontrando en el fondo de los ojos de Maritza el calor de una pasión que pugnaba por salir.

—No me diga que está molesta porque me olvidé de comentarle lo de la recepción posterior a la rueda de prensa. Pero usted ya sabe cuáles han sido nuestras costumbres y no es la primera vez que vamos a hacer algo así.

—No, no estoy molesta. Su tono cortante se contradecía con lo furtiva de su mirada.

—Pues me alegro por usted, porque en cuanto termine la recepción usted y yo tenemos que hablar de nuestro futuro.

Tres parpadeos consecutivos convencieron a Hernán de no haber pinchado en hueso y aclaró su panorama por lo menos para esa mañana.

—Bien, seremos más o menos treinta personas. No quiero nada extraordinario, nada fuera de lo común. Unos platillos muy livianos, buen vino y el whisky que tenemos para las ocasiones especiales.

—De acuerdo—, contestó levantándose para salir.

—¡Ah, y algo más! Recupere esa carita de gatita en calor que tiene en sus mejores días, que luego yo personalmente le agradeceré.

Por poco se le caen las medias; pero le respondió en silencio con un dúo de cintura y cadera que arrancó dos exabruptos cardíacos al jefe.


—¿Paco, qué haces? ¿Podría pedirte un favor? ¿Te gustaría venir a almorzar en mi oficina como a las doce? Si, con corbata como oficinista, pero sin llamar la atención, tráete a Julio y al turco. Solo un dato: antes del almuerzo habrá una rueda de prensa y…

—Ha llegado el fotógrafo.

—Hágalo pasar.


martes, 8 de diciembre de 2015

TOCATA Y FUGA 4



—¡Tú tienes la culpa de todo! ¡Si no hubieras traído ese maldito virus desde tu trabajo no tendríamos este problema! ¿Cuántas veces tengo que advertirte que no me gusta que traigas a casa tus problemas laborales? ¿Tú llevas a la oficina los problemas de la casa? ¿Cuándo estás en tu trabajo les cuentas que en tu hogar se ha acabado el gas, que la comida estuvo rancia o que te quedaste dormido antes de lo que a mí me convenía? Pues si no llevas a la oficina los problemas de la casa, tampoco traigas a la casa los problemas de la oficina. ¡¿Entendiste?!

Así empezaba ese lunes para Teresa y Hernán, que habían pasado el fin semana sin poder dormir y sin saber que les iba a deparar el futuro. Mientras trataban de preparar algo para el desayuno, Teresa no podía controlar su mal humor y refunfuñaba metida de cabeza en la heladera mientras Hernán se movía ofuscado por la cocina, presagiando que si no encontraba la solución, ese problema podría costarle su empleo y su matrimonio.

—¿Cómo puedes culparme de algo que nadie puede controlar? ¿Crees que a mí me agrada lo que está pasando? Igual te podría culpar de haber empezado aquí este problema, y sin embargo no te he dicho nada, además…
…sorpresivamente se detuvo. Habían empezado a aparecer ciertas letras en la caja de Corn Flakes que se hallaba sobre la encimera. Al momento la palabra Kellogs se distinguía con facilidad; lo mismo sucedía con su chaqueta colocada sobre una silla   que comenzaba a exponer una etiqueta de Armani en la parte superior del forro.

Quiso explicar la situación a Teresa, pero ella enfundada en un salto de cama Cocó Chanel, con los ojos desorbitados y sudando frío, empezó a soltar una catarata de apellidos: Martínez, Palacios, López, Ruiz, Altamirano, Bastidas, Hernández, Gutiérrez, Jiménez, Polanco, Reinoso, González, uf…Quijano, Saavedra, Ontaneda, Castillo, Zurita, Toledo, Naranjo, ¡plop! … y perdió el conocimiento por una sobredosis de apellidos.

Hernán no sabía cómo reaccionar, si feliz por haber solucionado el problema de los apellidos o preocupado porque era la segunda vez que Teresa se desmayaba en menos de una semana. Optó por estar feliz por los apellidos y con una amplia sonrisa levantó a Teresa y la llevó a recostar sobre un sofá del salón.

—Susana, disculpa la molestia, podrías pasar por casa un momento, Teresa no se siente bien y yo debo estar en mi oficina lo más pronto posible.
La llamada a la amiga era lo único que se le había ocurrido, ofuscado como estaba por llegar a su oficina y comprobar que todo estaba en orden. Si el problema fue solucionado durante el fin de semana, sus posibilidades de ser candidato a alcalde estaban intactas. Él no iba a permitir que cuatro apellidos frustren su carrera política.

Teresa y Susana eran amigas desde hace algunos años. Susana ya vivía en el barrio cuando Hernán y Teresa se trasladaron a vivir allí. Las dos estaban recién casadas y no tenían hijos, ninguna de las dos trabajaba fuera de casa, por lo que el tiempo del que disponían después de sus quehaceres diarios, generalmente lo compartían dedicadas a sus aficiones: la costura, la música, la lectura y el chisme.

Así transcurrió el primer año en el que casi al mismo tiempo ambas quedaron embarazadas. Sus hijos iban a ser un nexo adicional que las uniría permanentemente.

De eso había pasado siete años y ahora los muchachos compartían su vida de escuela con la vecindad del barrio.

Entre los libros que habían leído juntas, siempre con el noble afán de guiar y entretener a sus hijos, destacaba “Alicia en el País de las Maravillas”.
Tantas veces lo habían leído o contado a sus hijos que habían prometido poner el nombre del personaje  a la primera de sus hijas mujeres. Es decir cada una sería madre de una Alicia en honor al personaje de la obra de Lewis Carroll.

Susana llegó al llamado de Hernán,  y encontró a Teresa desmayada, recostada en el sofá con las piernas más altas que la cabeza, para que le llegue oxígeno al cerebro, se acercó para hacerle oler un pañuelo con aceite de menta que siempre llevaba a mano. En eso despertó.

—¡Ay Susanita, no sabes por lo que he pasado!

—Sí, me comentó Hernán lo de la crisis de apellidos…

—¡No!, lo del sueño.

—¡Pero si estuviste desmayada tan sólo dos minutos!

—Pues, he tenido un sueño rarísimo: estaba perdida en un bosque, pero no un bosque de árboles, no; un bosque de apellidos. Imagínate mi desgracia, unos maderos largos, sin ramas, sin hojas, de todos los colores y de diferentes tamaños, como postes señalizadores, de esos que utilizan para publicidad en las calles, pero cada uno tenía un apellido distinto, como árboles genealógicos. Eran miles, millones, un bosque interminable. No sé cómo llegué allí, pero empecé a deambular para encontrar una ruta que me permitiera escapar. Estaba sola; yo y los postes, era una suerte de caperucita huyendo del lobo. De pronto tras un parante surgió un lobo, no, no un lobo, un espejo:

—“Si buscas la salida— me dijo— toma en Pérez a la izquierda y camina hasta encontrar Gutiérrez, luego gira a la derecha y dirígete hasta Urrutia”.

—Desesperada hice lo que me indicaba, pero sólo para volver a encontrarlo en Urrutia.

—“Sigue derecho hasta Fernández y desde ahí trata de avistar Santillana, si lo logras regresa veinte y tres pasos y encontrarás Echeverría, yo estaré allí. Si quieres, vuelve a preguntarme”.

—Sabía que me estaba tomando el pelo, desde pequeña me había convencido de que los espejos eran mentirosos, que siempre nos devolvían una imagen equívoca de la realidad; pero no encontraba la manera de evitarlo. De pronto se me hizo la luz en el cerebro, pensaba que si me paraba junto a un poste con el apellido de alguien inteligente, podía ayudarme a encontrar la salida. Entonces pensé “¿cuál era la persona más inteligente que había oído nombrar?” y se me ocurrió que Lewis Carroll, busqué un poste con su apellido y cuando ya perdía las esperanzas di con él. Me detuve a su lado, me concentré y que crees; por mi mente cruzó la frase:

“Puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente”.

Me pareció lógico y me puse a caminar, pero me di cuenta de que no tenía un rumbo fijo. Me detuve. Esperé.

—“Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar” —, me espetó un palo con el nombre de Calderón de la Barca.

—“Incluso si no estás en el camino correcto, serás atropellada si te quedas sentada”.

Las palabras provenían de Rogers (por Will Rogers), un pequeño poste situado a mi izquierda.

Me di cuenta de que me iba a volver loca.

En eso reapareció taimadamente el espejo mentiroso: “Yo te podría llevar a la salida, pero tendrías que hacer algo por mí: tengo una vida que parece entretenida, cambio de cara cada vez que reflejo a alguien; puedo pasar de la elegancia más distinguida a la miseria más desgarradora. En mi reviven todos los paisajes, de los montes a los mares, de los días a las noches. Si tengo hambre, no hago más que pararme frente a ostentosos festines  y si es la sed la que me agobia, el agua más pura o el vino más fino no pueden escapar a mi captura. Pero nadie me conoce, nadie ha visto mi verdadero rostro y ninguno sabe de mis gustos. Cambio de sexo según mi visitante, mi carácter metamorfosea con sus rostros. Todos se auto-elogian o auto-critican, pero nadie es capaz de darme una palabra de agradecimiento o de consuelo. Me ignoran, me desprecian. He llegado al extremo de que hasta los vampiros evitan reflejarse en mí sólo por martirizarme. Necesito que me ayudes a encontrar mi verdadera personalidad, mi yo interior”.

Un relámpago destelló en mi cabeza: la salida no estaba afuera, estaba en mi interior. Y junto con el espejo podríamos encontrarnos a nosotros mismos.

“Uno de los secretos profundos de la vida es que lo único que merece la pena hacer es lo que hacemos por los demás” me dijo el Lewis Carroll que estaba cerca.

Eso me inspiró, me miré en el espejo y fui la primera en dirigirle la palabra, bueno la segunda, después de la madrastra de Blancanieves: —¿Quieres que nos busquemos juntos?

El espejo asintió.


Entonces desperté.

martes, 1 de diciembre de 2015

TOCATA Y FUGA 3



El lunes en la mañana, Wilson saludó al maestro Constante  al ingresar al aula del segundo grado de la Escuela Juan Montalvo.

(¡Rayos!  parece que el problema de los apellidos se solucionó).

El fin de semana había sido inusual. Las preocupaciones de los mayores pueden dañar el tiempo de descanso de los niños. Eso no le parecía justo, pues la niñez según su padre, pasa volando.

Ahora volvían a la escuela y todos los problemas quedaban atrás. Además era un niño, y los niños no tienen preocupaciones.

A su lado se sentaba Santiago Garcés el hijo de Susana, la amiga de su madre. Eran vecinos de domicilio y compañeros de escuela.

—Niños, saquen una hoja de papel y un lápiz; van a escribir una carta contándome cómo les fue el fin de semana. Traten de hacerlo con buena letra y cuidando la ortografía. Tienen toda la hora para terminarlo.

Les gustaba escribir y era una buena oportunidad para demostrar lo que habían aprendido. 

Los veintidós chiquillos entre murmullos sacaron lo necesario y se concentraron como si estuvieran haciendo un examen de grado universitario.

Wilson, pensativo, trató de fruncir el ceño que no tenía y mordió un extremo del lápiz, costumbre que había adquirido para reemplazar el chupón que usaba en casa antes de venir a la escuela. Al hacerlo sintió un sabor desconocido en la boca, algo parecido a mermelada de naranja. Lo extrajo de su boca y captó que ese no era su lápiz amarillo de todos los días. Posiblemente su mamá lo había puesto en la mochila y olvidó decírselo.

—¿Lápiz nuevo? — preguntó Santiago—. Lindo color.

Recién ahí se percató de que tenía un lápiz diferente a los de todos sus compañeros y se sintió orgulloso de la exclusividad. Era un lápiz tornasolado que cambiaba de color conforme lo movía. Sonrió para sus adentros, pues su madre le había dado el motivo para ser el centro de atención de la clase, por lo menos en esa mañana.

Aún con la sonrisa en sus labios, algo que extrañó a su maestro, Wilson empezó a escribir:

Alicia empezaba a estar harta de seguir tanto rato sentada en la orilla, junto a su hermana, sin hacer nada, una o dos veces se había asomado al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía ilustraciones ni diálogos, “¿y de qué sirve un libro —pensó Alicia— si no tiene ilustraciones ni diálogos?”…

Se detuvo de improviso porque eso no era lo que iba a escribir. Además la letra en el papel no era la suya, era una hermosa letra parecida a la de su madre, con una caligrafía admirable. Aquella letra que según su mamá solamente se conseguía con los ejercicios que le obligaba a hacer los fines de semana. “Con esa práctica, algún día tendría una letra tan bonita como la mía”, decía.

Temeroso, volvió a asentar el lápiz sobre la hoja de papel, y al momento fluían las palabras:

Así que estaba considerando (como mejor podía, pues el intenso calor la hacía sentirse muy torpe y adormilada) si la delicia de tejer una guirnalda de margaritas la compensaría de la molestia de incorporarse y recoger las flores,…”

…no lo podía creer, sólo con tocar el papel con su nuevo lápiz, surgían las palabras.

Su mamá le había conseguido el mejor lápiz del mundo, inclusive con su propia letra. Sonrió para sus adentros, feliz de tener una mamá que le sorprendía hasta en el mínimo detalle. Esa era la mejor demostración de cuánto lo quería. Pero él la quería más, porque además era la única mamá que tenía. Tenía muchos tíos y muchos primos, pero una sola mamá. La mejor.

Su dubitación atrajo la atención de Santiago, quien enarcando las cejas y abriendo exageradamente sus ojos, inquirió sobre la preocupación del compañero.

Sin cruzar palabra, con un gesto captó toda la atención del vecino sobre su lápiz, al tiempo que lo ponía en contacto con el papel y el instrumento empezó a desgranar letras sobre la blanca superficie:

…”cuando de pronto un Conejo Blanco de ojos rosados pasó velozmente a su lado. Nada extraordinario"...

Santiago desorbitó sus ojos, echando su cuerpo hacia atrás en gesto de sorpresa. 

Seguidamente llevó su mano a la boca para evitar pronunciar una sola palabra.

Y luego extendió a su amigo un segundo lápiz amarillo que llevaba de repuesto en la mochila, al tiempo que con su índice sobre los labios, compartía el secreto de su compañero.

Con la mirada brillante, Wilson empezó a escribir: 

"Mi fin de semana fue muy aburrido"…


TOCATA Y FUGA 2



Eran las doce y diecisiete cuando Hernán llegó a casa.

Susana acompañaba  a Teresa, más tranquila gracias a un calmante con agua de valeriana.

—Parece que una falla del sistema produjo el error con los apellidos —comentó Hernán—, los técnicos en informática están trabajando en eso, esperemos que hasta el lunes todo esté solucionado.

—Pero de alguna manera estamos siendo afectados— protestó Teresa sacando fuerzas de flaqueza. Yo no tengo nada que ver con el sistema del Registro Civil; Susana tampoco y sin embargo no logramos recordar un apellido, ninguno. Tengo los nervios alterados y de no ser por mi amiga, no sé qué hubiera hecho.

—Gracias Susana, yo me haré cargo.  Es viernes y no regresaré al trabajo hasta que encontremos una explicación que satisfaga la tranquilidad de todos —. Concluyó Hernán, acompañando a Susana a la puerta.

En cuanto se hubo ido, trató de tranquilizar a Teresa:

—Hablé con Jaime  el ufólogo, nos reuniremos en la tarde con un conocido suyo que puede darnos una explicación de lo que está pasando. Trata de tomarlo con calma y esperemos que igual que la vez pasada, esto no dure mucho tiempo.

En vista de que el alboroto creado por los apellidos había desorganizado su mañana, Teresa no había cocinado. No tenía hambre y supuso que lo mejor sería que los dos varones coman algún bocadillo en el camino, mientras iban a dejar a Wilson en casa de la abuela,  para poder asistir a la reunión.

En cuanto se reunieron con Jaime el ufólogo, las preguntas brotaron imparables de la boca de Teresa: —“Qué, ¿por qué a ellos? ¿Si algo tenía que ver el trabajo de Hernán? ¿Si había algo que ellos estaban haciendo mal? ¿Si esto continuaría, y hasta cuándo?”—.

—Sólo el doctor Jorge puede darnos una explicación, es un estudioso de fenómenos paranormales y aunque tiene fama de extraño, es la única persona capacitada para conocer un tema como éste— respondió Jaime.

A propósito había omitido el apellido del científico, para no ahondar en el problema que los ocupaba.

Cuando llegaron al domicilio del doctor Jorge, tanto Hernán como Teresa tuvieron la impresión de ingresar a otro mundo.

De construcción antigua, la casa estaba emplazada entre dos de los edificios más altos del barrio, era como una letra minúscula entre dos paréntesis. Un descuidado jardín ocupaba la parte frontal del lote y la fachada de piedra parecía poseída por unas enredaderas o trepadoras, que asfixiaban lo que a primera vista parecía un pequeño castillo de cuentos de misterio.

Ya en su interior, donde fueron recibidos por el propio científico en persona y no por un mayordomo de voz profunda y ojeras azules, el panorama era diferente; pero seguía siendo extraño. No se veían paredes, eran enormes muros de libros. Todo era una gran biblioteca, vieja, polvorienta, mal iluminada y con un profundo olor a conocimiento guardado.

—Jaime me ha relatado los antecedentes. No tengo al momento una respuesta como para satisfacer sus inquietudes, eso tomará un tiempo; pero quiero que sepan que lo que les ha pasado, no es ninguna novedad.  Siempre son hechos aislados que no se producen en el mismo sitio ni a las mismas personas, por eso es que no trascienden. Es una coincidencia que les haya sucedido dos veces a ustedes y por eso vamos a poner especial atención en la investigación que vamos a realizar.

El que hablaba era un hombre de edad avanzada, pelo cano desordenado, vestido desprolijamente de gris, con un aire a lo Einstein, pero con mirada adusta, gruesos anteojos desgastados y un tic nervioso en los labios al terminar las frases. Tenía el olor característico de las viejas bibliotecas, que debe haberlo adquirido del hecho de no salir nunca de esa casa y de respirar el obscuro olor a tinta vieja.

La seguridad con la que se expresaba lograba de a poco tranquilizar a los esposos.

—Me atrevería a decir  que lo que estamos apreciando ahora es un cruce de dimensiones. La teoría de la existencia de otras dimensiones no es nueva, desde la antigüedad se ha venido investigando el tema, pero generalmente ha sido sacado de contexto o los investigadores han sido perseguidos, menospreciados o acusados de locos. Las dimensiones ya fueron tratadas por Charles L. Dodgson en 1865, quien con el seudónimo de Lewis Carroll, publica la primera edición de “Alicia en el país de las maravillas”. Ahí ya toca el tema al que estamos haciendo referencia, y aunque la obra esté encasillada en la fantasía, tiene profundas bases matemáticas y científicas.

A los tres oyentes, el tema les empezaba a parecer  fascinante.

— Pero, desde el punto de vista puramente científico, Lewis Carroll, ya hablaba de los portales dimensionales, de manera parecida a lo que luego mencionarían científicos de la talla de Gerardus´t Hofft, Leonard Susskind, David Bohm y Karl Pribram. Me gustaría que se tranquilicen un poco, nos tomemos el fin de semana y el día lunes si no hay novedad alguna, nos volvamos a reunir para tratar de encontrar alguna respuesta con los datos que yo pueda recolectar tanto de científicos conocidos, como de lo que disponemos en las redes. Jaime, me gustaría que me ayudaras estos dos días, para tratar de reunir la mayor cantidad posible de información, pero mientras tanto les rogaría no comentar con nadie lo que está pasando.

Dicho esto, se levantó y prácticamente los hecho de la casa.

El ufólogo quedó en pasar el sábado con los datos exactos de las fechas, la posición astrológica de la casa, dos mapas de las ubicaciones planetarias en las fechas indicadas y sobre todo los detalles de los dos hechos inexplicables.

Cuando salieron, los tres tenían la esperanza de que hasta el día lunes todo volvería a la normalidad.

La desaparición  de los apellidos del registro civil se podía informar como un virus informático o un hacker irresponsable (bueno, no hay hackers irresponsables, todos son responsables de algo), y pasado un tiempo recordarían lo sucedido como una anécdota con tintes científicos.


Pero, todavía faltaban sesenta horas para abrir las oficinas…