Eran las doce y diecisiete cuando
Hernán llegó a casa.
Susana acompañaba a Teresa, más tranquila gracias a un calmante
con agua de valeriana.
—Parece que una falla del sistema
produjo el error con los apellidos —comentó Hernán—, los técnicos en
informática están trabajando en eso, esperemos que hasta el lunes todo esté
solucionado.
—Pero de alguna manera estamos
siendo afectados— protestó Teresa sacando fuerzas de flaqueza. Yo no tengo
nada que ver con el sistema del Registro Civil; Susana tampoco y sin embargo no
logramos recordar un apellido, ninguno. Tengo los nervios alterados y de no ser
por mi amiga, no sé qué hubiera hecho.
—Gracias Susana, yo me haré
cargo. Es viernes y no regresaré al
trabajo hasta que encontremos una explicación que satisfaga la tranquilidad de
todos —. Concluyó Hernán, acompañando a Susana a la puerta.
En cuanto se hubo ido, trató de
tranquilizar a Teresa:
—Hablé con Jaime el ufólogo, nos reuniremos en la tarde con un
conocido suyo que puede darnos una explicación de lo que está pasando. Trata de
tomarlo con calma y esperemos que igual que la vez pasada, esto no dure mucho
tiempo.
En vista de que el alboroto creado
por los apellidos había desorganizado su mañana, Teresa no había cocinado. No
tenía hambre y supuso que lo mejor sería que los dos varones coman algún
bocadillo en el camino, mientras iban a dejar a Wilson en casa de la abuela, para poder asistir a la reunión.
En cuanto se reunieron con Jaime el
ufólogo, las preguntas brotaron imparables de la boca de Teresa: —“Qué, ¿por
qué a ellos? ¿Si algo tenía que ver el trabajo de Hernán? ¿Si había algo que
ellos estaban haciendo mal? ¿Si esto continuaría, y hasta cuándo?”—.
—Sólo el doctor Jorge puede darnos
una explicación, es un estudioso de fenómenos paranormales y aunque tiene fama
de extraño, es la única persona capacitada para conocer un tema como éste— respondió
Jaime.
A propósito había omitido el
apellido del científico, para no ahondar en el problema que los ocupaba.
Cuando llegaron al domicilio del
doctor Jorge, tanto Hernán como Teresa tuvieron la impresión de ingresar a otro
mundo.
De construcción antigua, la casa estaba
emplazada entre dos de los edificios más altos del barrio, era como una letra
minúscula entre dos paréntesis. Un descuidado jardín ocupaba la parte frontal
del lote y la fachada de piedra parecía poseída por unas enredaderas o
trepadoras, que asfixiaban lo que a primera vista parecía un pequeño castillo
de cuentos de misterio.
Ya en su interior, donde fueron
recibidos por el propio científico en persona y no por un mayordomo de voz
profunda y ojeras azules, el panorama era diferente; pero seguía siendo
extraño. No se veían paredes, eran enormes muros de libros. Todo era una gran
biblioteca, vieja, polvorienta, mal iluminada y con un profundo olor a
conocimiento guardado.
—Jaime me ha relatado los
antecedentes. No tengo al momento una respuesta como para satisfacer sus
inquietudes, eso tomará un tiempo; pero quiero que sepan que lo que les ha
pasado, no es ninguna novedad. Siempre
son hechos aislados que no se producen en el mismo sitio ni a las mismas
personas, por eso es que no trascienden. Es una coincidencia que les haya
sucedido dos veces a ustedes y por eso vamos a poner especial atención en la
investigación que vamos a realizar.
El que hablaba era un hombre de edad
avanzada, pelo cano desordenado, vestido desprolijamente de gris, con un aire a
lo Einstein, pero con mirada adusta, gruesos anteojos desgastados y un tic
nervioso en los labios al terminar las frases. Tenía el olor característico de
las viejas bibliotecas, que debe haberlo adquirido del hecho de no salir nunca
de esa casa y de respirar el obscuro olor a tinta vieja.
La seguridad con la que se expresaba
lograba de a poco tranquilizar a los esposos.
—Me atrevería a decir que lo que estamos apreciando ahora es un
cruce de dimensiones. La teoría de la existencia de otras dimensiones no es
nueva, desde la antigüedad se ha venido investigando el tema, pero generalmente
ha sido sacado de contexto o los investigadores han sido perseguidos,
menospreciados o acusados de locos. Las dimensiones ya fueron tratadas por
Charles L. Dodgson en 1865, quien con el seudónimo de Lewis Carroll, publica la
primera edición de “Alicia en el país de las maravillas”. Ahí ya toca el tema
al que estamos haciendo referencia, y aunque la obra esté encasillada en la
fantasía, tiene profundas bases matemáticas y científicas.
A los tres oyentes, el tema les
empezaba a parecer fascinante.
— Pero, desde el punto de vista
puramente científico, Lewis Carroll, ya hablaba de los portales dimensionales,
de manera parecida a lo que luego mencionarían científicos de la talla de
Gerardus´t Hofft, Leonard Susskind, David Bohm y Karl Pribram. Me gustaría que
se tranquilicen un poco, nos tomemos el fin de semana y el día lunes si no hay
novedad alguna, nos volvamos a reunir para tratar de encontrar alguna respuesta
con los datos que yo pueda recolectar tanto de científicos conocidos, como de
lo que disponemos en las redes. Jaime, me gustaría que me ayudaras estos dos
días, para tratar de reunir la mayor cantidad posible de información, pero
mientras tanto les rogaría no comentar con nadie lo que está pasando.
Dicho esto, se levantó y
prácticamente los hecho de la casa.
El ufólogo quedó en pasar el sábado
con los datos exactos de las fechas, la posición astrológica de la casa, dos
mapas de las ubicaciones planetarias en las fechas indicadas y sobre todo los
detalles de los dos hechos inexplicables.
Cuando salieron, los tres tenían la
esperanza de que hasta el día lunes todo volvería a la normalidad.
La desaparición de los apellidos del registro civil se podía
informar como un virus informático o un hacker irresponsable (bueno, no hay
hackers irresponsables, todos son responsables de algo), y pasado un tiempo recordarían
lo sucedido como una anécdota con tintes científicos.
Pero, todavía faltaban sesenta horas
para abrir las oficinas…
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