martes, 1 de diciembre de 2015

TOCATA Y FUGA 2



Eran las doce y diecisiete cuando Hernán llegó a casa.

Susana acompañaba  a Teresa, más tranquila gracias a un calmante con agua de valeriana.

—Parece que una falla del sistema produjo el error con los apellidos —comentó Hernán—, los técnicos en informática están trabajando en eso, esperemos que hasta el lunes todo esté solucionado.

—Pero de alguna manera estamos siendo afectados— protestó Teresa sacando fuerzas de flaqueza. Yo no tengo nada que ver con el sistema del Registro Civil; Susana tampoco y sin embargo no logramos recordar un apellido, ninguno. Tengo los nervios alterados y de no ser por mi amiga, no sé qué hubiera hecho.

—Gracias Susana, yo me haré cargo.  Es viernes y no regresaré al trabajo hasta que encontremos una explicación que satisfaga la tranquilidad de todos —. Concluyó Hernán, acompañando a Susana a la puerta.

En cuanto se hubo ido, trató de tranquilizar a Teresa:

—Hablé con Jaime  el ufólogo, nos reuniremos en la tarde con un conocido suyo que puede darnos una explicación de lo que está pasando. Trata de tomarlo con calma y esperemos que igual que la vez pasada, esto no dure mucho tiempo.

En vista de que el alboroto creado por los apellidos había desorganizado su mañana, Teresa no había cocinado. No tenía hambre y supuso que lo mejor sería que los dos varones coman algún bocadillo en el camino, mientras iban a dejar a Wilson en casa de la abuela,  para poder asistir a la reunión.

En cuanto se reunieron con Jaime el ufólogo, las preguntas brotaron imparables de la boca de Teresa: —“Qué, ¿por qué a ellos? ¿Si algo tenía que ver el trabajo de Hernán? ¿Si había algo que ellos estaban haciendo mal? ¿Si esto continuaría, y hasta cuándo?”—.

—Sólo el doctor Jorge puede darnos una explicación, es un estudioso de fenómenos paranormales y aunque tiene fama de extraño, es la única persona capacitada para conocer un tema como éste— respondió Jaime.

A propósito había omitido el apellido del científico, para no ahondar en el problema que los ocupaba.

Cuando llegaron al domicilio del doctor Jorge, tanto Hernán como Teresa tuvieron la impresión de ingresar a otro mundo.

De construcción antigua, la casa estaba emplazada entre dos de los edificios más altos del barrio, era como una letra minúscula entre dos paréntesis. Un descuidado jardín ocupaba la parte frontal del lote y la fachada de piedra parecía poseída por unas enredaderas o trepadoras, que asfixiaban lo que a primera vista parecía un pequeño castillo de cuentos de misterio.

Ya en su interior, donde fueron recibidos por el propio científico en persona y no por un mayordomo de voz profunda y ojeras azules, el panorama era diferente; pero seguía siendo extraño. No se veían paredes, eran enormes muros de libros. Todo era una gran biblioteca, vieja, polvorienta, mal iluminada y con un profundo olor a conocimiento guardado.

—Jaime me ha relatado los antecedentes. No tengo al momento una respuesta como para satisfacer sus inquietudes, eso tomará un tiempo; pero quiero que sepan que lo que les ha pasado, no es ninguna novedad.  Siempre son hechos aislados que no se producen en el mismo sitio ni a las mismas personas, por eso es que no trascienden. Es una coincidencia que les haya sucedido dos veces a ustedes y por eso vamos a poner especial atención en la investigación que vamos a realizar.

El que hablaba era un hombre de edad avanzada, pelo cano desordenado, vestido desprolijamente de gris, con un aire a lo Einstein, pero con mirada adusta, gruesos anteojos desgastados y un tic nervioso en los labios al terminar las frases. Tenía el olor característico de las viejas bibliotecas, que debe haberlo adquirido del hecho de no salir nunca de esa casa y de respirar el obscuro olor a tinta vieja.

La seguridad con la que se expresaba lograba de a poco tranquilizar a los esposos.

—Me atrevería a decir  que lo que estamos apreciando ahora es un cruce de dimensiones. La teoría de la existencia de otras dimensiones no es nueva, desde la antigüedad se ha venido investigando el tema, pero generalmente ha sido sacado de contexto o los investigadores han sido perseguidos, menospreciados o acusados de locos. Las dimensiones ya fueron tratadas por Charles L. Dodgson en 1865, quien con el seudónimo de Lewis Carroll, publica la primera edición de “Alicia en el país de las maravillas”. Ahí ya toca el tema al que estamos haciendo referencia, y aunque la obra esté encasillada en la fantasía, tiene profundas bases matemáticas y científicas.

A los tres oyentes, el tema les empezaba a parecer  fascinante.

— Pero, desde el punto de vista puramente científico, Lewis Carroll, ya hablaba de los portales dimensionales, de manera parecida a lo que luego mencionarían científicos de la talla de Gerardus´t Hofft, Leonard Susskind, David Bohm y Karl Pribram. Me gustaría que se tranquilicen un poco, nos tomemos el fin de semana y el día lunes si no hay novedad alguna, nos volvamos a reunir para tratar de encontrar alguna respuesta con los datos que yo pueda recolectar tanto de científicos conocidos, como de lo que disponemos en las redes. Jaime, me gustaría que me ayudaras estos dos días, para tratar de reunir la mayor cantidad posible de información, pero mientras tanto les rogaría no comentar con nadie lo que está pasando.

Dicho esto, se levantó y prácticamente los hecho de la casa.

El ufólogo quedó en pasar el sábado con los datos exactos de las fechas, la posición astrológica de la casa, dos mapas de las ubicaciones planetarias en las fechas indicadas y sobre todo los detalles de los dos hechos inexplicables.

Cuando salieron, los tres tenían la esperanza de que hasta el día lunes todo volvería a la normalidad.

La desaparición  de los apellidos del registro civil se podía informar como un virus informático o un hacker irresponsable (bueno, no hay hackers irresponsables, todos son responsables de algo), y pasado un tiempo recordarían lo sucedido como una anécdota con tintes científicos.


Pero, todavía faltaban sesenta horas para abrir las oficinas…

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