Como todas las noches, Alicia,
limpiaba con sumo cuidado su Smith & Wesson .44 Magnum.
Era temprano y el arma todavía
estaba caliente. Sentía su peso entre las manos y eso le otorgaba seguridad,
acercó el cañón a su nariz y pudo disfrutar aún del comprimido olor a pólvora,
que para ella era el mejor perfume.
La había heredado de su padre
Vicente, un famoso gánster de Chicago, hijo de Vicente Fretes, socio de Capone
en la década del veinte.
Los Fretes, fueron parte de una
época famosa en la historia del crimen organizado de los Estados Unidos.
Al morir su padre a principios
de los cincuenta, Alicia, su única hija, a la sazón una niña, heredó junto con
su madre lo que Vicente había logrado salvar de los intocables.
No pasó mucho tiempo hasta que
su madre vencida por la pobreza y la falta de trabajo, muriera en un hospital
público cuando la niña apenas tenía doce años.
La Asistencia Social entregó a
la pequeña a una organización de mujeres y con ellas ha vivido los últimos
veinte años.
Cuidadosa y disciplinada, forjó
su personalidad guiada por estas mujeres, y fue perfeccionando habilidades
heredadas de sus progenitores. Una de ellas era la meticulosidad, y la aplicaba
de la mejor manera cada noche cuando limpiaba la Magnum 44.
Volvió a sopesar el “revólver
más potente del mundo” y su peso le trasmitió esa sensación de seguridad que
sentía todas las noches, especialmente en el mes de agosto que era el más
ventoso del año. Luego de acercarlo a su pecho, como si de un niño se tratara
lo depositó junto al vano de la ventana. Su peso impediría que el viento
abriese en la noche la pequeña rejilla.
Justo a tiempo, antes de que la
madre Consuelo pasara revista de las celdas del convento a las diez de la
noche.
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