La escasa luz que
la lámpara emitía sobre la escena, no permitía apreciar detalles de lo que el
cotilleo comunal había calificado como execrable crimen.
La noticia había
corrido como rio desbocado y los comentarios dejaban en mal predicamento el
buen nombre de la familia Peñafiel, que
durante décadas significó la guía moral del vecindario.
Las madres
horrorizadas trataban de evitar que sus hijos se enteren, pero el correo
infantil era más rápido y astuto como para sobrepasar cualquier impedimento.
Al mediodía,
todos los muchachos estaban enterados del suceso, y entre horrorizados y sorprendidos no dejaban de comentar la
osadía de sus amigos: Juan Carlos y Esteban, los hijos de los Peñafiel habían vestido al gato de la familia con la
ropa interior de su madre y después de perfumarlo con la mejor loción del
padre, lo habían amarrado a la pantalla del televisor familiar.
¡Una osadía!
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