viernes, 20 de febrero de 2015

CASA DE LOCOS (1)

Luis Ponce Sevilla

 "A veces, sólo a veces,es mejor fingir demencia" JULIO CORTÁZAR


Eulogio Cisneros, pateó la última hoja que encontró en el patio. Con las manos en la espalda, los ojos en el pasado, ni él sabía si miraba para adentro o para afuera. Los agujeros de las suelas de sus zapatos habían ido recogiendo restos de cadáveres diseminados en calidad de polvo entre las piedras calcinadas del rectángulo siquiátrico.

Otra súbita pérdida de equilibrio le produjo una risa ingenua; parecía que podía comunicarse telepáticamente con el tropel de locos muertos que le acompañaban en su recorrido de un lado al otro del patio. Muchos le seguían el paso como remarcando cada izquierda o derecha que daba, pero otros corrían y paraban, tratando de romper el ritmo que el desfile llevaba. Y en medio, él, tratando de fintar a sus seguidores para celebrar con una sonrisa cada éxito.

 Un pantalón blanco de lino más viejo que sus dolencias, y una camisa gris con antecedentes azules, protegían sus carnes magras; un vetusto y carcomido sombrero de paja lo protegía del sol de todos los días, y un par de viejos zapatos le cubrían los pies mientras caminaba de oriente a desoriente y de siete a seis.

Había cumplido quince años en esta actividad y decía que estaba próximo a jubilarse.

A veces le costaba levantarse para acometer la dura responsabilidad de componer el mundo. Pero su madre le había enseñado a trabajar y si todos sus seguidores confiaban en su capacidad, él no podía defraudarlos.

Por eso arremetía las mañanas contra todos los males que aquejaban a la humanidad, a las siete en punto, luego de que dos enfermeros lo sacaban de su habitación. Caminaba a paso lento de espaldas al sol, pensando, recapacitando y buscando soluciones. Al rato se le unían Rasputín y Van Gogh y mientras pateaban la tierra del patio del manicomio, comentaban los últimos sucesos que podrían cambiar el panorama que había quedado de la tarde anterior. Ayer, se retiraron contentos, cuando prácticamente ya tenían resuelto el problema mayor de la humanidad: la falta de coordinación de los fenómenos naturales.

“Vincent”, así lo trataba Eulogio, creía que todo estaba perdido, que ya no había nada que hacer y que lo mejor era buscar una solución drástica al problema. Insinuaba, como quien no quiere evidenciarse: organizar una corrida de toros y al final entregar al toro las orejas de todos los presentes.

Pero interrumpía Rasputín, para desde su altura y agachándose aunque ensuciara su hábito negro, susurrarle al oído que no le ponga oídos a Van Gogh y que la solución estaba en la hipnosis del Director del Observatorio Astronómico, porque había el riesgo de que la Tierra se viera: “envuelta en una nube negra, e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas”.

 Esto descomponía a Cisneros, que cambiaba de rosado a azul su rostro y empezaba a retorcer sus manos entre las piernas mientras dejaba de caminar. La rápida ayuda de un enfermero, generalmente subsanaba el problema con una hipodérmica, lo que le permitía continuar con su misión.

 Había días en que la fresca brisa se introducía por entre sus costillas a primeras horas y eso obligaba a que sus pasos se aceleren para poder irrigar de sangre caliente su organismo, entonces realizaba rápidos sprints con Luis Suárez, hasta calentar su cuerpo, pero luego debía interrumpirlos, cuando el uruguayo lo perseguía para morderlo. …
......Continuará

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