viernes, 20 de febrero de 2015

CASA DE LOCOS (2)

Luis Ponce Sevilla

 Sus mañanas carecían totalmente de aburrimiento, siempre tenía exceso de trabajo que despachar y desde que cumplió setenta años, dedicaba su energía a resolver los más álgidos casos en la mañana, para dejar lo que no era urgente para las horas de la tarde que eran más plácidas.

Mientras caminaba parsimoniosamente por sus dominios, se le iban uniendo asesores, coordinadores, jefes de departamento, etc. para resolver en el camino los más extraños problemas.

No faltaba el día en que se presentaba Adolfo, para insistirle en la construcción de un gran horno en el extremo sur de la propiedad. Según él, era de profesión panadero y podría montar un gran negocio que funcionaría al principio solamente para consumo interno, pero que luego podría extenderse a los países (bloques) vecinos. Era muy hábil para el dibujo, lo que le había permitido hacer una gran colección de planos. Lo que más le extrañaba a Eulogio, era lo desmesurado de las medidas, como si fueran a hornear bollos de un metro sesenta. Él se salía por la tangente con el pretexto de que no tenían presupuesto, que las asignaciones del Ministerio no eran suficientes,porque la idea de Adolfo era la de un horno del tamaño de un vagón de ferrocarril. Para sus adentros Eulogio sabía que nunca iba a conseguir financiamiento para su proyecto, pero eso lo tendría ocupado y dejaría de molestar a los demás.

Otras veces se cruzaba en su camino Enrique VIII, para tratar de convencerle de que lo lleve a su casa para eliminar a su esposa. Eulogio le explicaba que no estaba casado, que no tenía casa y que vivía en el Hospital; pero era una molestia, porque al rato le llovían las solicitudes de enfermos que aceptaban la propuesta de Enrique VIII y pedían a Cisneros que deje salir por un par de horas al Monarca hasta que ejecute su trabajo en la casa de cada interesado.

 En el extremo norte del patio, estaba el área destinada a las mujeres. No había muchas, porque la Trevi, la Spears, la Guzmán, etc. todavía trabajan afuera, pero había. En una esquina estaba el lugar de Juana de Arco siempre sentada sobre un reverbero apagado, mientras coqueteaba con Nerón para que le encienda la hornilla.

El muro occidental del Hospital daba a un acantilado inaccesible y era la zona más segura de toda la instalación. Por eso en su gigantesca extensión, los internos más hábiles habían pintado a sus personajes preferidos. Era un gran mural, como uno que me parece haber visto en algún salón de sesiones, pero no recuerdo con claridad. Allí estaban los más destacados representantes de los trastornos mentales animados: el Pato Lucas, la Sirenita que tenía el síndrome de Diógenes, el Demonio de Tasmania, mi ídolo: Homero Simpson, Calvin sin Hobbes, el Coyote, Cóndorloco, etc.

En una esquina se podía apreciar una tarima con un gran letrero de Neón que decía: “EGO”. Había algunos pretendientes de esa posición y peleaban entre ellos mientras alardeaban de sus capacidades. Se podía distinguir a Epicuro de El Universo, a alguien que se rasgaba la camisa, a Narciso, a David Beckham y a un viejo flaco con sombrero de paja toquilla.
....Continuará

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