jueves, 5 de febrero de 2015

PARECE QUE VA A LLOVER

              Luis Ponce Sevilla



PARECE QUE VA A LLOVER

Ya son treinta años.
La temperatura había subido esa tarde, un calor húmedo se colgaba de los balcones poblados de macetas con geranios.
La estrecha callejuela que daba a la playa, se abría paso entre muros blancos tapizados de nubes y desembocaba en el seno alborotado del mar azul grisáceo. Era la vía principal de aquel poblado marino a orillas del Pacífico.
Sentado en un cafecito abierto a la vereda, resumía lo que habían sido estos últimos días para mí: buscando inspiración había abandonado mi taller de pintura en la ciudad, para enfrentarme al mar y a la brisa.
Siempre que venía encontraba algo nuevo: a veces era el clima, otras la comida, aún la bebida, si encontraba con quien compartirla. Esta vez me encontré con ella. 
No abundaban aquí las mujeres cultas, y las que venían en plan de descanso o diversión, dejaban archivado su cerebro en casa. Bueno, igual los hombres.
Cuando la conocí, estaba sentada en esta mesa, y atrajo mi atención su aspecto delicado de figura de porcelana. Llevaba un vestido fresco para la hora, pero los colores y texturas hablaban del detalle al escogerlos. Un sombrero de paja de ala ancha. Y por la brillantez de los rayos del crepúsculo cubría sus ojos con obscuras gafas que solamente dejaban entrever la sombra de unas largas pestañas. 
Jorge, el dueño del café y viejo amigo, me la presentó. El tono de su voz me subyugó y lo apropiado de sus comentarios me dio a entender que la pintura era una parte importante de su vida. No es fácil encontrarse con alguien que hable con tanta propiedad de Pizarro, Manet o Tápies, incluso me intrigó la opinión que tenía de la obra de Guayasamín.
En el fondo se escuchaba “Mama Inés” en versión de Frank Pourcel .
Entre sorbo y sorbo de su MaiTai y mi Cuba Libre, cayeron los muros de las apariencias, y con la complicidad siempre solícita de Jorge, y envueltos en la buena música, firmamos el acta de habernos conocido.
Me sentí tan relajado que mi cerebro voló a instantes lejanos de la juventud, cuando era una esponja que todo lo absorbía, no había barreras que no pudiera derribar ni prejuicio que irrespetar.
-“Parece que va a llover, lo siento en el aire”-, dijo estirando su brazo izquierdo; solamente en ese momento relacioné sus gafas obscuras con el bastón; mientras Jorge tomaba su mano para ayudarla a levantarse.
-“No soy ciega”- me comentó al despedirse, -“Sólo me falta la vista”-
-“Espero que nos volvamos a ver”-
-“Bueno, es un decir”-

Todavía no he salido de mi estupor, pero cada vez que tomo su mano, ahora a la vejez, resuena en mi mente: -“Parece que va a llover”-

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