viernes, 15 de mayo de 2015

COMO JUBILARSE ANTES DE FALLECER 1




Corrían los años sesenta,  Quito era una ciudad maravillosa.

Un lento despertar hacia la modernidad iba moldeando una cara nueva a la franciscana ciudad. Los nuevos barrios del norte permitían abrir el paisaje hacia un cielo más grande, un aire más puro y una urbe más sana y organizada.

Ciertas obras construidas por el gobierno de Camilo Ponce Enríquez, con miras a la XI Conferencia Panamericana cambiaron el panorama quiteño y daba la impresión que desde el Parque de El Ejido se abría hacia el norte un horizonte a mejores tiempos que ponían un auspicioso porvenir  en el pensamiento de la juventud.

La pobreza física en que había vivido la ciudad debido a las luchas políticas de los últimos ciento treinta años, estaba siendo retocada, e inclusive la mentalidad del quiteño, conservadora y reprimida se trocaba en un lento pero seguro avance hacia un pensamiento más libre y escudriñador.

El centralismo que primaba en la época, impedía que los jóvenes de provincia tengan facilidades de acceder a la educación universitaria en sus respectivas ciudades. Entonces Quito, que contaba con tres magníficas universidades se convirtió en hogar estudiantil de muchos provincianos que en muchos casos terminaban extrayendo de sus orígenes a familias completas y convirtiendo a Quito en ciudad de chagras.

La población estudiantil se convirtió así, en segmento importante de la vida quiteña y las asociaciones de residentes en Quito, ocupaban un largo espacio en la guía telefónica de la ciudad.

Hubo un momento en medio de esos brillantes años sesenta (no sólo a nivel local, sino brillantes a nivel mundial), en que la chispa del ingenio quiteño, llevó a un grupo de nacidos en la capital, capitaneados entre otros por Humberto Jácome Harb, Jorge Landívar, Manuel Reyes y Patricio Espinoza Serrano a formar la Asociación de Quiteños Residentes en Quito, para poder tener un espacio vital en medio de esta convención permanente de afuereños.

Quito, era una ciudad sana, alegre. Soleada en las mañanas y lluviosa en las tardes, especialmente a partir del mes de Octubre. Su gente era educada, jovial, respetuosa. Religiosa por atavismo y curiosa culturalmente.

La Casa de la Cultura Ecuatoriana era el eje primigenio del quehacer cultural capitalino. Desde su creación en 1944 como respuesta a la vergonzosa derrota bélica a manos del Perú  y a la pérdida de la mitad del territorio oriental, tuvo el afán no solamente de desarrollar el potencial cultural de los ciudadanos, sino también de levantar una moral caída y buscar una brújula, lejos de la miserable historia política que habíamos arrastrado por ciento treinta años.

En medio de esta ciudad remozada, de espíritu emprendedor y sentimientos respetuosos de su acervo, nacen físicamente instituciones que tenían su historia, pero que no habían adquirido la preponderancia necesaria para acompañar un desarrollo lento pero claro hacia un futuro más organizado.

Una de estas instituciones es la Caja del Seguro Social, hoy conocida como Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social. Su flamante edificio, modernísimo para su tiempo se terminó de construir a principios de los años sesenta.

Aquí empezamos este recorrido breve y conciso, de circunstancias por las que todos hemos tenido que pasar. Unos con suerte y otros no. Como es el caso que nos ocupa hoy.



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