jueves, 14 de julio de 2016

BENDICIÓN TELEVISADA




Norma se había levantado a las siete en punto. Luego de bañar y vestir a los dos niños les había preparado el desayuno y los acompañó hasta la parada del transporte escolar.

Cuando sus padres no estaban en casa, Juan Carlos y Esteban Peñafiel quedaban a cargo de Norma, la eterna empleada de la familia.

Esta vez, el matrimonio había viajado al Vaticano, a recibir una merecida bendición papal. Su dedicación a la iglesia, por fin había tenido tan esperada recompensa.

El anuncio lo hizo el mismísimo obispo en la misa de doce del domingo, por lo que presumieron ante el vulgo al salir del templo con paso triunfador y permanecieron en el parque de la iglesia hasta que el último feligrés haya pasado ante sus narices, para poder recibir personalmente las felicitaciones, muchas de ellas con una vasta carga de envidia mal disimulada.


Al preparar su equipaje, eligieron sus mejores galas, considerando que las fotos, pasarían a la historia de la familia por generaciones, eso sin considerar que sus acciones podrían merecer a futuro algún tipo de recompensa canónica, que si no les llevaba a los altares, por lo menos los tendría en la consideración de la iglesia.

Como detalle secundario, habían dejado los niños de diez y ocho años a cargo de la empleada doméstica.


Norma dormía en el cuarto de servicio en la planta baja de la casa, y la noche anterior a las diez, luego de acostar a los muchachos y cerciorarse de que Rafico, el gato de la familia que dormía en el baño de los niños había hecho sus necesidades, bajó a acostarse.

Luego de enviar a los niños a la escuela, Norma regresaba a desayunar como lo hacía cuando sus patrones no estaban: zumo de naranja, briollos con mantequilla y mermelada, una lasca de jamón serrano con dos huevos estrellados y una buena taza de café, mientras leía las noticias en el periódico y se enteraba de la novedades internacionales en CNN.

Daba de comer a Rafico el gato…

—Rafico, Rafico…

Qué raro, el gato no estaba en la cocina como todas las mañanas.

— ¡Rafico, Rafico!

Subió a buscarlo en la planta alta.


Cerca de las once de la mañana, Gertrudis Gutiérrez, hermana de Filomena de Peñafiel vino a averiguar las novedades con Norma y le extrañó sobremanera no encontrarla. Mientras la llamaba se dirigió a la planta alta maldiciendo de su artritis que le impedía subir con presteza la escalinata.

Sin dejar de llamarla, para no causar en la empleada la impresión de que venía a vigilarla se dirigió al dormitorio matrimonial.


Cuando llegó la policía, Gertrudis Gutiérrez a duras penas podía articular palabra y no pudo evitar que los fotógrafos de la policía saquen instantáneas del dormitorio de su hermana.

Un paramédico logró reanimar a Norma que había estado en shock tendida en el piso y que lloraba desconsolada, mientras tartamudeaba algo sobre las posesiones diabólicas.

Junto con la policía y aprovechando el tumulto que las sirenas habían causado en el vecindario, varias vecinas lograron ingresar hasta el dormitorio de los Peñafiel.

La escasa luz que una lámpara emitía sobre la escena, dejaba apreciar detalles de lo que el cotilleo comunal ya había calificado como execrable crimen.

La noticia corrió como río desbocado y los comentarios dejaban en mal predicamento el buen nombre  de la familia Peñafiel que durante décadas significó la guía moral del vecindario.

Las madres horrorizadas trataban de evitar que sus hijos se enteren, pero el correo infantil era más rápido y astuto como para sobrepasar cualquier impedimento.

Al mediodía, todos los muchachos estaban enterados del suceso y entre horrorizados  y sorprendidos no dejaban de comentar la osadía de sus amigos: Juan Carlos y Esteban.

Los hijos de los Peñafiel  habían vaciado el frasco de somníferos de su madre en el agua del felino y cuando había caído inconsciente, lo habían vestido con la más sexi ropa interior de su madre y después de perfumarlo con la mejor loción del padre, lo habían amarrado con cinta  de embalaje contra la pantalla del televisor.


Los murmullos de las vecinas presentes eran interminables mientras en las noticias del televisor encendido, pasaban un reportaje sobre la bendición a los esposos en el Vaticano.


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