viernes, 15 de julio de 2016

RACISMO MUSICAL



El Ragtime, de procedencia negra, antecedente del Jazz que conocemos, ya comenzó a sonar en los Estados Unidos a fines del siglo XIX, lo que significaba el nacimiento de una corriente que influiría en el desarrollo de la cultura norteamericana.

A principios del siglo XX, la música fue un camino de intercambio cultural de muchas vías, llegando inclusive a aceptarse la influencia que la música judía tuvo en el desarrollo del Jazz. Los sonidos latinos también aportaron su ritmo y colorido a la música negra.

En el plano musical, siempre existió una gran diferencia entre “negros” y “blancos”. Era un problema de raíces genéticas que ni la cultura, el dinero o la posición social podían modificar. Es notorio en el cine estadounidense encontrar la obligada escena bailable inmiscuida en cualquier argumento, que no sirve sino para remarcar el hecho de que ellos, “los blancos”, nunca aprenderán a bailar. Las estrellas del baile fabricadas por Hollywood no han pasado de ser sino eso, disfraces para tapar una realidad insoslayable.

Pensaba en esto a propósito de una noticia que aparecía en la prensa sobre un caso de racismo policial en California, agravado por mensajes de texto discriminatorios escritos por miembros del cuerpo de policía de San Francisco.

Me olvidaba decirles que soy músico aficionado y los sábados los dedicaba a tratar de componer en un antiguo Steinway, apreciada herencia de mi abuela materna.

Mientras leía la noticia en el diario durante mi desayuno sabatino, he sido interrumpido por la campana de la puerta y como llevaba en la mano el diario, lo he puesto al pasar sobre el piano para atender el llamado.

La imagen ha sido desagradable. Quien estaba en la puerta (cuándo no un sábado), era una pareja de Testigos de Jehová, un blanco y un negro, a quienes he despachado con el pretexto de ser satanico. No me han creído, pero he logrado ahuyentarlos.

Al volver me he topado con la sorpresa más extraña de mi vida: el teclado era el escenario de la más pura manifestación racista que había visto en mi vida. Sobre una larga calle de madera de abeto que era la tabla armónica, se habían formado dos bandos claramente identificables, uno más numeroso, conformado por 52 teclas blancas, que trataba de defenderse usando la barra de un metrónomo y por el otro una minoría de 36 teclas negras, que a viva voz protestaban portando en alto una partitura donde estaban escritos sus reclamos. 

Las negras pedían igualdad de número en el teclado. Reclamaban el hecho de haber sido minoría desde la invención del piano.

No lo podía creer. Era testigo de la primera rebelión en el mundo de las teclas. Todo esto por haber dejado el periódico abierto con una noticia racista sobre el teclado del Steinway.

Ustedes pensarán que estoy exagerando, de ninguna manera.

Empecé a preocuparme cuando vi a dos robustas teclas negras, tratando de ascender hacia la caja del piano. Me imaginé que su intención era tomar ciertas cuerdas como armas de agresión. En un momento hasta justifiqué la actitud, pensando que el tamaño de las negras y su número inferior admitían el armarse. Pero recapacité y traté de llegar al fondo del problema.

¿Era una actitud de protesta de las negras ante la noticia del racismo policial?

¿Eran las letras negras del periódico las que habían incitado a las teclas?

¿Por qué las teclas blancas, a pesar de ser mayoría, no se habían unido con el blanco del papel y dominado la situación?

Si desaparecía el papel ¿dónde podían vivir las letras? Y si lo hacían las teclas blancas ¿dónde se iban a sostener las negras?

Después de tranquilizarlas mediante un diapasón que tenía a mano, aproveché para recordarles  que la relación que habían llevado, siempre había sido armónica, que era mejor que bajaran el tono para que todos podamos hacer nuestra labor. Nadie tocó la causa del revuelo y tuve que remontarme a sus antepasados los abuelos “clavicymbalum” y “harpsichordium”, para que comprendieran que las buenas relaciones mejoran la convivencia musical.

Mientras extendía mi perorata fui retirando el periódico causante del problema y paulatinamente cada una tomó su lugar. Me parecía que las blancas estaban más estiradas y que las negras se habían achicado, pero cuando  empecé con la Sonata Nº 4 de Chopin, todas se tomaron de la mano y danzaron al ritmo que mi oído les imponía.

¿No sería que en el fondo todo fue un pretexto y que lo único que les molestaba era mi falta de habilidad?



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