sábado, 9 de julio de 2016

ODA AL DADO



Eran las nueve de la mañana y empezaba el día con mala cara. Nunca había tenido una resaca como esta.  A su lado, fríos como piedras y pálidos como albinos, se hallaban sus cuatro hermanos, tirados sobre el tapete verde. Era un espectáculo deplorable.

¿Dónde estaba? 

Su cabeza era un torbellino. No lograba recordar a sus padres. Solo sabía  que eran cinco hermanos que vivían en un cubilete de cuero rústico en un pueblito llamado Hindenburg, conocido también como  la Generala.

Nunca habían ido a la escuela, porque los de su clase tenían prohibido el ingreso a los centros educativos. Sin embargo la formación que recibieron en casa los convirtió en individuos muy pulidos. Eso, a pesar de ser considerados necios, cabezas cuadradas.

Siempre estaban juntos,  tanto que si alguno por accidente se extraviaba, ponía a correr desesperadamente a los demás. Tenían una vida solazada. Pero la paz no es eterna y para ellos normalmente duraba una semana.  Si estaban de suerte eran quince días. Pero cuando llegaban los sismos,  empezaba la locura.

Era la etapa de la turbulencia y el terror. La casa era sometida a sacudidas interminables que alternadas con calmas pasajeras, duraban cuatro o cinco horas. Era insoportable sentir las permanentes vibraciones, el golpeteo y el ruido, y luego el rodar cuando la casa se venía al suelo.

Así habían transcurrido sus vidas, en una constante desazón entre la paz y la guerra. Una guerra además fratricida pues la pelea a golpes era entre hermanos. Ni siquiera sabían por lo que peleaban, pero en cuanto empezaban los sismos se empujaban unos a otros y eso duraba hasta que todos caían abatidos  y la casa quedaba patas arriba.

La relación con sus hermanos era permanentemente agresiva, diría que hasta chocante. Sin embargo nunca se separaron.

Desgraciadamente, uno no elige su destino. Si así fuera hubiera preferido dedicar su vida al billar, al ajedrez o al piano.

Sin embargo los cinco tuvieron que resignarse a esa vida. Y todo estuvo bien hasta la noche anterior.

Como casi todos los viernes habían asistido a una reunión, pero en ésta hubo excesivo consumo de licor. Normalmente ellos no estaban acostumbrados a beber, pero la noche se alargó y alguno de los presentes se pasó de copas y las tomó contra ellos. Si, contra todos, y llevado por la emoción y el alcohol, les escupió el licor en las caras antes de lanzarlos estrepitosamente a rodar.

Y nadie recuerda más, sólo la celebración estrepitosa de los gigantes.

Ahora nadie se reconoce. Una sola noche de borrachera y él y sus hermanos han perdido los puntos distintivos por el contacto con el alcohol y han terminado como simples cubos irreconocibles.

Era el fin de una vida dedicada al juego y el libertinaje.

El de la transformación final de dados idolatrados en simples cubos de marfil.


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