Cuando mi
esposa Lídice llegó a casa con la primera bolsa llena de huesos, no me extrañó.
Es médico,
tiene tres años ejerciendo y siempre está actualizando sus conocimientos.
Con el
segundo cargamento, completaba un esqueleto humano completo, de mediana contextura.
Todas las noches, dedicaba unas tres horas a
estudiar y armar la osamenta, mientras yo disfrutaba de la lectura que es mi
pasatiempo preferido.
Me extrañó
cuando empezó a comprar cortes especiales de carne de res. Especialmente porque
somos vegetarianos.
Aumentó mi
preocupación cuando encontré sobre el escritorio del estudio, una factura de
una curtiembre. El valor correspondía a un cuero crudo, sin tratar, limpio. Recién
desollado, pero sin especificar tipo ni origen.
El jueves amaneció
frío, pero no encontré mi abrigo preferido, ni mis guantes, ni mi bufanda. Pero
en cambio descubrí una peluca de hombre en el vestidor de Lídice.
Cuando los
vi salir juntos el viernes a la noche, ya era demasiado tarde.
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