viernes, 8 de julio de 2016

ALMUERZO METÁLICO



Cuando Robit se sentó a la mesa, supuso que algo raro estaba pasando.

El restaurador de doña Zoila era uno de los más prestigiosos del pueblo, por eso acostumbraba almorzar allí todos los días.

Pero, a diferencia de otras ocasiones, la mesa lucía poco generosa: a duras penas sobre la plancha de acero inoxidable corrugado se apreciaba un triste plato blanco de cerámica con un puñado de pernos, tuercas y arandelas. Nada más.

Él, a pesar de su origen chatarrero y su avanzada edad, era alguien de buenas costumbres y estaba acostumbrado al buen trato y al mejor servicio.

Sin más vueltas pidió al muchacho que lo atendió que llamara a doña Zoila.

La dueña vino cargada de paciencia porque no era la primera vez que Robit le causaba problemas. Era una alemana grande, acuerpada, vestida con un overall azul y protegida por un mandil que algún día fue blanco. Clavando sus penetrantes ojos verdes sobre el cliente, levantó la cabeza mientras limpiaba sus manos de grasa en el mandil.

—Doña Zoila, usted sabe cómo aprecio su trabajo. Soy su más ferviente admirador, su más efusivo publicista. Llevo viniendo casi un año a diario cada medio día. Siempre he pagado en metálico mis consumos y según la planilla mensual que me ha cobrado por anticipado, el valor de los almuerzos no ha variado. Pero veo que hemos alterado la cantidad y la calidad del servicio.

—Fíjese en esta mesa, es la de siempre, pero me han servido un mísero plato de tuercas y tornillos. No veo, como otras veces el acostumbrado aceitero con mi lubricante preferido, el que usted sabe he utilizado todo el tiempo. Tampoco mi galón de combustible extra que está incluido en el precio. No me quejé la semana pasada cuando me sirvieron el aceite sin el filtro acostumbrado.

—Dos simples llaves junto al plato no son suficientes para mi consumo. No es que yo me sobreestime ni me dé aires exagerados de gourmet, pero siempre me han puesto una llave allen, una ratchet  y un destornillador adicional. Por lo menos una franela limpia me ponían antes. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué ya no me quiere de cliente? ¿No se acuerda que soy el secretario general del Sindicato y que si yo dejo de venir todos los días, puedo hacer que nadie más venga a consumirle?

— ¿No se sobreentendía en el acuerdo que tuvimos que el almuerzo consistía de tres platos: una simple sopa de alambre de cobre o de otro tipo, un plato fuerte que al principio consistía en un buen par de bisagras, una biela o una válvula y de postre una bujía?

—Agradezca que soy un viejo robot de primera generación, que todavía consumo tuercas y tornillos o de lo contrario tendría serios problemas. Si estuviera tratando con alguno de los nuevos que han llegado al sindicato me imagino que a la primera desatención como esta,  alguien vendría a medirle el aceite.

Sin cruzar media palabra y sin levantar la vista de la lata parlante, Doña Zoila hizo una llamada por su celular:

—Supervisor del Hierro, ¿podría mandar a alguien a retirar a Robit de mi restauradora?, parece que perdió un tornillo.



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