Como
todos los días a las siete y quince de la mañana, Xavier Contreras, cuarentón, divorciado,
profesor de castellano en un colegio fiscal e incansable aprendiz de Don Juan, cierra
la puerta de su departamento en el séptimo piso del
edificio El Volado.
Oprime
el botón del ascensor, y apuesta
mentalmente, tratando de adivinar el vestuario que traerá esa mañana Mónica
Larriva, inquilina del piso once que puntualmente coincide con él a esa hora en
el elevador. Las opciones de acertar son escasas por la variedad del guardarropa de la vecina.
Sin embargo, cuando se abre la puerta de la caja metálica y el interior
resplandece por la presencia femenina, la agradable sorpresa visual que se lleva
Contreras le hace olvidar todas las apuestas.
Con
una leve inclinación de cabeza para ocultar su incipiente calvicie y simulando
un caminar a lo “Obama”, ingresa en
el ascensor, sin despegar sus ojos de la admirable figura de la inquilina.
—Muy
buenos días tenga usted Moniquita, siempre tan guapa.
Ella
contesta con un cortante —Buenos días. Pero
traiciona la frialdad verbal con una elevación exagerada de sus cejas, al
tiempo que extiende sus interminables pestañas postizas; todo esto acentuado
por su manera desenvuelta de vestir.
Contreras
se colorea cuando sus hormonas entran en ebullición. se concentra en el juego mental que ejecuta diariamente durante los segundos que
el elevador tarda en recorrer desde el séptimo piso hasta la planta baja.
Cuando
hacen el recorrido a solas, el descenso es dolorosamente raudo. Pero cuando otros residentes coinciden en el
traslado, el tiempo de que dispone para
su ejercicio cerebral es más dilatado y el disfrute inconmensurable. Lo ideal es que dos personas suban al ascensor
entre su piso y el nivel de la calle, cada una en piso diferente.
Pero,
que después de ingresar tomen una ubicación secundaria en el fondo del elevador
para que no interfieran con su campo
visual que abarcaba lascivamente el cuerpo de Mónica. El juego consiste en ir
calificando la contextura corporal de la vecina siguiendo un orden alfabético preestablecido.
Para eso, la noche previa Xavier consulta el diccionario de la Real Academia de
la Lengua y escoge la terminología que mentalmente utilizará a la mañana,
usando la letra que corresponde a ese día.
En
este mes ya están casi al final del alfabeto y esta mañana le pertenece a la letra T. Xavier va repasando mentalmente
los calificativos que le daría si la tuviera en sus manos: tentadora, tocable, tortuosa,
transitable, traspasable, trajinable…
Mientras
recuerda mentalmente las palabras del diccionario, sin ningún tapujo recorre
visualmente cada una de las curvas de la vecina, quien se deleita con esa mañanera intromisión descarada en la
sinuosidad de su anatomía.
Es
más, disfruta el tener un esclavo sexual permanente que no requiere manutención, pero
que eleva su ego placenteramente, lo que le permite salir al trabajo con la
moral muy alta y dispuesta a comerse el mundo.
Están
los dos ensimismados en sus disquisiciones, cuando son interrumpidos por el
ingreso de un mozalbete con facha de
universitario veinteañero atado a un Ipod, que sube en el segundo piso.
Los
ojos de Mónica perpetran en el novel, el mismo atropello que Xavier efectúa con
ella, y como el resultado parece ser agradable a sus sentidos, sonríe con los
ojos y musita algo parecido a una insinuación, lo que consigue un calificativo
de
Xavier enmarcado en la letra del día: traición.
No
termina de abrirse la puerta del elevador al llegar a la planta baja, cuando ya
Contreras está en la vereda opuesta, con el ceño fruncido, refunfuñando y fastidiado
por la actitud de su vecina.
Pero
Mónica que ha aprendido de su propia experiencia deja salir primero al mozalbete para poder disfrutar
de una panorámica posterior, mientras el joven se marcha ajeno al abuso sexual
del que es objeto.
Luego,
ella se lanza feliz a la calle con un nuevo tipo de sonrisa: la de la dominadora.
A
partir de ese día Xavier cambia de turno para el horario vespertino del colegio,
deja de apostar consigo mismo y empieza a odiar a las mujeres que impúdicamente
se aprovechan de la debilidad de los hombres.
Mónica
renuncia a su puesto de supervisora en un almacén de ropa femenina y consigue
un nuevo empleo de ascensorista en un gran edificio de oficinas, con cientos de
caballeros infaltables todos los días, donde da rienda suelta a su recién
estrenado voyerismo.
…
Apuesto
a que no durará en el trabajo.
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