viernes, 15 de julio de 2016

EL DIA "T"



Como todos los días a las siete y quince de la mañana, Xavier Contreras, cuarentón, divorciado, profesor de castellano en un colegio fiscal e incansable aprendiz de Don Juan, cierra la  puerta  de su departamento en el séptimo piso del edificio El Volado.  

Oprime el botón  del ascensor, y apuesta mentalmente, tratando de adivinar el vestuario que traerá esa mañana Mónica Larriva, inquilina del piso once que puntualmente coincide con él a esa hora en el elevador. Las opciones de acertar son escasas  por la variedad del guardarropa de la vecina. Sin embargo, cuando se abre la puerta de la caja metálica y el interior resplandece por la presencia femenina, la  agradable sorpresa visual que se lleva Contreras le hace olvidar todas las apuestas.

Con una leve inclinación de cabeza para ocultar su incipiente calvicie y simulando un caminar a lo “Obama”, ingresa en el ascensor, sin despegar sus ojos de la admirable figura de la inquilina.

—Muy buenos días tenga usted Moniquita, siempre tan guapa.

Ella contesta con un cortante —Buenos días.  Pero traiciona la frialdad verbal con una elevación exagerada de sus cejas, al tiempo que extiende sus interminables pestañas postizas; todo esto acentuado por su manera desenvuelta de vestir.  

Contreras se colorea cuando sus hormonas entran en ebullición.  se concentra en  el juego mental que  ejecuta diariamente durante los segundos que el elevador tarda en recorrer desde el séptimo piso hasta la planta baja.

Cuando hacen el recorrido a solas, el descenso es dolorosamente raudo.  Pero cuando otros residentes coinciden en el traslado,  el tiempo de que dispone para su ejercicio cerebral es más dilatado y el disfrute inconmensurable.  Lo ideal es que dos personas suban al ascensor entre su piso y el nivel de la calle, cada una en piso diferente.

Pero, que después de ingresar tomen una ubicación secundaria en el fondo del elevador para que no interfieran  con su campo visual que abarcaba lascivamente el cuerpo de Mónica. El juego consiste en ir calificando la contextura corporal de la vecina siguiendo un orden alfabético preestablecido. 

Para eso, la noche previa Xavier consulta el diccionario de la Real Academia de la Lengua y escoge la terminología que mentalmente utilizará a la mañana, usando la letra que corresponde a ese día.

En este mes ya están casi al final del alfabeto y esta mañana le pertenece  a la letra T. Xavier va repasando mentalmente los calificativos que le daría si la tuviera  en sus manos: tentadora, tocable, tortuosa, transitable, traspasable, trajinable…

Mientras recuerda mentalmente las palabras del diccionario, sin ningún tapujo recorre visualmente cada una de las curvas de la vecina,  quien se deleita  con esa mañanera intromisión descarada en la sinuosidad de su anatomía.

Es más, disfruta el tener  un esclavo sexual  permanente que no requiere manutención, pero que eleva su ego placenteramente, lo que le permite salir al trabajo con la moral muy alta y dispuesta a comerse el mundo.

Están los dos ensimismados en sus disquisiciones, cuando son interrumpidos por el ingreso  de un mozalbete con facha de universitario veinteañero atado a un Ipod,  que sube en el segundo piso.

Los ojos de Mónica perpetran en el novel, el mismo atropello que Xavier efectúa con ella, y como el resultado parece ser agradable a sus sentidos, sonríe con los ojos y musita algo parecido a una insinuación, lo que consigue un calificativo de 
Xavier enmarcado en la letra del día: traición.

No termina de abrirse la puerta del elevador al llegar a la planta baja, cuando ya Contreras está en la vereda opuesta, con el ceño fruncido, refunfuñando y fastidiado por la actitud de su vecina.

Pero Mónica que ha aprendido de su propia experiencia  deja salir primero al mozalbete para poder disfrutar de una panorámica posterior, mientras el joven se marcha ajeno al abuso sexual del que es objeto.

Luego, ella se lanza feliz a la calle con un nuevo tipo de sonrisa: la de la dominadora.

A partir de ese día Xavier cambia de turno para el horario vespertino del colegio, deja de apostar consigo mismo y empieza a odiar a las mujeres que impúdicamente se aprovechan de la debilidad de los hombres.

Mónica renuncia a su puesto de supervisora en un almacén de ropa femenina y consigue un nuevo empleo de ascensorista en un gran edificio de oficinas, con cientos de caballeros infaltables todos los días, donde da rienda suelta a su recién estrenado voyerismo.



Apuesto a que no durará en el trabajo.


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