martes, 12 de julio de 2016

LA CULPA ERA DEL DOCTOR



—Buenas noches. Me dijo desde la puerta.

Su inconfundible figura gris, con el puro en la mano y su larga barba blanca me quitó las ganas de dormir.

Era la primera vez que Sigmund Freud venía a despedirse desde la puerta de mi habitación.


La culpa era del Doctor Riofrío, mi profesor de Psicología. Me había metido a Freud en la cabeza.

En la penumbra, apenas rota por un rayo de luz que entraba por la ventana, Freud  me daba la espalda y con paso lento se alejaba de la habitación.


No, no, la culpa no era de Riofrío, era del Doctor Viteri, el médico, que en la tarde me había recetado paracetamol para bajar la fiebre que me estaba haciendo soñar con Freud.


O era del Doctor Pérez el odontólogo, que esa mañana  me había extraído una muela, que según él estaba infectada y era la causante de la fiebre.


La temperatura que tenía en la cabeza solo me dejaba pensar en visitar al día siguiente al Doctor López el abogado, para demandar a los cuatro doctores que ahora no me dejaban dormir.



Apagué la televisión, a medio capítulo del Doctor House, para tratar de conciliar el sueño.


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