—Buenas
noches. Me dijo desde la puerta.
Su
inconfundible figura gris, con el puro en la mano y su larga barba
blanca me quitó las ganas de dormir.
Era
la primera vez que Sigmund Freud venía a despedirse desde la puerta de mi
habitación.
…
La
culpa era del Doctor Riofrío, mi profesor de Psicología. Me había metido a
Freud en la cabeza.
En
la penumbra, apenas rota por un rayo de luz que entraba por la ventana, Freud me daba la espalda y con paso lento se alejaba de la habitación.
…
No,
no, la culpa no era de Riofrío, era del Doctor Viteri, el médico, que en la
tarde me había recetado paracetamol para bajar la fiebre que me estaba haciendo
soñar con Freud.
…
O
era del Doctor Pérez el odontólogo, que esa mañana me había extraído una muela, que según él
estaba infectada y era la causante de la fiebre.
…
La
temperatura que tenía en la cabeza solo me dejaba pensar en visitar al día
siguiente al Doctor López el abogado, para demandar a los cuatro doctores que
ahora no me dejaban dormir.
…
Apagué
la televisión, a medio capítulo del Doctor House, para tratar de conciliar el
sueño.
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