La
vista desde el octavo piso del edificio Apolo era maravillosa. A sus pies el
río serpenteaba por entre los prados armoniosamente diseñados, salpicados por
macizos verdes de coloridas bayas.
El
amanecer a esa altura era tranquilo y silencioso.
En el
interior del departamento reinaba una olorosa penumbra a incienso y jazmines.
El
visillo dejaba traslucir una débil luz mañanera y una sutil brisa hacía
intentos para ingresar en puntas de pies.
Afuera
el rocío empezaba a evaporarse formando circunvoluciones luminosas alrededor de
las aves mañaneras, cuando Jacinto optó por abrir los ojos. Él jamás se
despertaba, siempre prefería hacerle el favor a la humanidad de disfrutar del
espectáculo que significaba contemplarlo.
El enorme espejo que lo cubría durante el sueño, le devolvió desde el cielo raso la
imagen soñada de un hombre perfecto. Una contextura atlética increíble, una
cabeza digna de modelar para un escultor de la Grecia clásica, un aroma a
jardín floreciente, un estilo insuperable al despertar; y una sonrisa fingida,
pero muy blanca que opacaba los primeros rayos del sol.
El
espejo de cuerpo entero, atrapó su esplendor en cuanto se hubo puesto de pie. Siempre
pensó que el dinero que había recibido de CK por ese comercial de ropa interior
estaba más que devengado. Sabía que él era el causante de la epidemia de dolor
de cuello que había aparecido en la ciudad. No existía mortal que se cruzase en
su camino, que no regresase a verlo.
Incluso
él reconocía ese problema cuando tenía que salir de compras y su reflejo en las
vitrinas de los almacenes le llamaba tanto la atención que no le quedaba más
que regresar a ver para admirarse.
No es
que creyera que su belleza física era incomparable. No.
Él
sabía que su exterior no era todo lo que sus fanáticos admiraban, era solamente
la cubierta, el estuche. Porque quienes lo conocían bien, nunca dejaban de
ensalzar sus cualidades: su inteligencia, su modestia, su generosidad, su
paciencia, su sentido del humor, sus buenos modales, su confianza, su
desparpajo, su chispa, su ingenio y sobre todo su humildad.
…
Como con
el Narciso griego, las jóvenes perdían la cabeza por Jacinto y su engreimiento
era semejante al del mito helénico.
Esa
imagen admirada por propios y extraños, por hombres y mujeres tenía su costo.
Eso significaba mucho trabajo diario en el gimnasio y la bicicleta. Un cuidado
meticuloso en la alimentación. Y una selección muy cuidadosa de su vestuario.
Tenía
grandes aspiraciones y las conseguiría si seguía con paciencia un programa que
se había trazado hace mucho tiempo.
Por
lo pronto, antes de convertirse en un dios vernáculo, se aburría trabajando
para una empresa de publicidad, donde la mayoría de los clientes venían
atraídos por su sex-appeal.
Estudiaba
economía en la Universidad más exclusiva pues sus afanes eran llegar algún día a
ser Presidente de la República, y para eso tenía que prepararse en todos los
campos. Entre sus materias preferidas estaba el quechua, porque no tenía
facilidad para el inglés. En cuanto a la futura profesión, estaba convencido
que sus cualidades histriónicas y su facilidad de palabra podía suplir
cualquier falta de conocimientos. Además –decía- cuando llegas a un cargo de
ese nivel, lo que te sobra es dinero para contratar asesores.
Nadie te pide que
demuestres que eres un buen economista mientras eres candidato. Y luego cuando
ganas, nadie se atreve a dudar de tus conocimientos. Lo importante ahora es el
cartón. El título que deberá anteceder a tu nombre en todas las referencias que
los medios de comunicación hagan de tu persona.
…
Como
todas sus compañeras en la universidad se desvivían por verlo en paños menores,
tuvo que dedicarse a jugar fútbol. De esa manera él podía mostrarse y las
féminas podían disfrutar gratis del espectáculo de admirarlo. Cada oportunidad
que tenía de jugar al fútbol lo hacía con un entusiasmo inusitado y si por
casualidad conseguía anotar un gol, lo primero que hacía era sacarse la
camiseta, para poder brindar a sus fanáticas la ocasión de admirarlo en todo su
esplendor. Era tal su entusiasmo, que hasta cuando sus compañeros convertían
una anotación, era él el que se sacaba la camiseta. Incluso cuentan que alguna
vez lo hizo con un gol de sus rivales, lo que molestó a unos y otros.
Se
entusiasmó tanto por el fútbol, que se ilusionaba por jugar en el Real Madrid.
Era el club de los narcisos y ahí jugaban dos de sus ídolos.
…
Pero su futuro estaba en la política, cada sábado acudía
a las reuniones convocadas por el Presidente y trataba de que su presencia
fuera notoria, pero era difícil competir con el maestro. Ni su llamativo
vestuario, ni sus poses fotográficas lograban sacar a la plebe del interés por
los ataques presidenciales a los rivales y a los medios. Entonces decidió
aprender; y no había sábado, dondequiera que se realicen las reuniones, que él
no esté presente. Se hizo amigo de algunos miembros del círculo íntimo del
Presidente, aunque otros empezaron a demostrarle unos celos que no podían
disimular.
Cómo
explicarles, que no era un peligro para ellos, que su interés no era llamar la
atención del primer mandatario, si no de aprender de él. Sólo aprendiendo
podría superarle.
Se
mandó a confeccionar camisas bordadas con diseños indígenas, iguales a las del
líder, usaba calzoncillos verdes y llegó a pintarse el pelo del mismo color,
hasta que un día, muy sutilmente, la guardia personal del Presidente le insinuó
que no era bien visto y que preferían que su ausencia fuera permanente. Antes
de desaparecer, un sábado en la mañana, mientras el Presidente se dirigía a la
multitud en la plaza de San Francisco se cruzó en la toma de la televisión y a
la vista de todo el país en directo, le lanzó un beso.
…
Tuvo
que esconderse para proteger su vida y eso es lo peor que le puede pasar a
quien sufre de narcisismo. Ser ignorado provoca la misma reacción química en el
cerebro que cuando se sufre una lesión física. Y él no tenía quien le admire,
encerrado en su departamento.
Confundido por la frustración, después de haber
permanecido escondido por tres semanas con temor de ser desaparecido, decidió
entrar a estudiar cocina. En principio la idea era reemplazar al chef belga que
trabaja en la Presidencia, pero al darse cuenta que eso era más difícil que ser
secretario privado, desistió. Pero le había cogido el gusto a la cocina,
entonces se dedicó a frecuentar los mejores restaurants de la ciudad y ahora
escribe una columna gourmet en el suplemento dominical de un periódico local.
…
Ha
envejecido, pero su ego no pasa un día y aprovecha todas las oportunidades que
le brinda la vida para asistir a cocteles, inauguraciones, bautizos o
lanzamientos de libros, para demostrar toda su sapiencia en música, deportes, comida,
lenguas y literatura.
Solo le falta ser adivino para parecerse a su homónimo
griego. Y no queda allí, pues si encuentra una señora interesada en la jardinería,
antes de que cante un gallo sabrá explicar la mejor manera de podar un bonsái o
injertar un naranjo.
Pero
llegará un día en que el castigo de Némesis se cumpla y él termine como Narciso
embobado en su propia imagen.
Mientras
tanto comprará otro espejo para su colección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario