CAPITULO 10
La Plaza de Armas, bautizada así en honor del Ejército de la Unión en la
Guerra Civil Estadounidense, está dividida en dos por la Central Park South. En
el lado norte queda el Hotel Plaza y en el sur la mansión de Cornelius
Vanderbilt.
En el medio estaba Alex Sigilo, nacido en la Tola, en Quito, Ecuador en
1942.
Eran las ocho y cuarenta y cinco de la mañana del 12 de Agosto de 2001
cuando Alex se encaminó hacia la Plaza, donde divisó la estatua dorada del
General Sherman. Al cruzar la calle 59 le sorprendió gratamente el olor de los
caballos que tiran de los carruajes de turistas para recorrer Central Park. Se
acordó de las manifestaciones juveniles en la época de Velasco Ibarra que eran
reprimidas por la caballería. ¡Qué tiempos aquellos!
La mañana era fresca para la época y no había mucha gente alrededor. Mientras
caminaba lentamente hacia la estatua, volvió a repetirse, como ya lo había
hecho toda la mañana que la decisión que estaba tomando era la que el destino
le tenía deparada y que debía afrontar su responsabilidad con la mayor entereza
posible.
Cuando se despertó a la madrugada, había llamado para pedir el desayuno
que más se acomodaba al hambre que tenía y puso el DVD que venía con la
carpeta. Las imágenes que contenía eran las típicas usadas en la promoción
turística de los Estados Unidos, pero el audio, en perfecto español y bien
vocalizado empezaba hablando de la responsabilidad de preservar la
inviolabilidad del territorio norteamericano, como un deber de honor para
quienes luchan por la libertad y la democracia.
Hablaba del peligro que se cernía sobre la integridad estadounidense y
de los inminentes ataques que esperaban si no se actuaba con presteza y
celeridad. Lo extraño de todo era que no se refería a ataques externos sino a
peligros que acechaban desde las entrañas de la nación. Su misión según
explicaba el audio era tratar de evitar el peligro que se avecinaba sobre el
honor de los Estados Unidos.
“Ellos”, no especificaba quienes, pero suponía que de alguna manera
estaban relacionados con Pickard; le brindarían todo el apoyo, económico,
logístico y anímico para lograrlo, pero de la información de que disponían, el
tiempo se les venía corto y debían actuar con toda la celeridad posible.
Estaban listos para montar todo un departamento de investigación equipado
con la última tecnología y con el personal más calificado que se podía
encontrar entre los incondicionales del grupo, para que trabajen con él, pero
quien tenía la responsabilidad total era él, Alex Sigilo.
Ya no le gustó mucho su nombre. Aquí se hubiera oído mejor algo que
tenga estilo, que suene como: Bond…, James Bond. Sigilo…, Alex Sigilo no se
acercaba a ese sonido. Aunque repitió: “Sigilo, Alex Sigilo, eso sí tiene
estilo”. No es que hable en verso, sino que así converso.
Después de leer lo que venía en la carpeta y que consistía en la misma
información de audio, terminó su desayuno, se vistió y salió de la habitación.
Vestía un terno gris de Lanafit, que ya tenía diez años, una camisa
nueva que había comprado para el viaje y una corbata, eso sí fina, porque era
regalo de Jennifer, ¿Qué sería de Jennifer? Ahora que se iba a quedar, la
llamaría.
Portaba bajo el brazo la Glock 27, y en su billetera, 500 dólares en
billetes de cien y tres tarjetas de crédito ilimitadas.... Pisaba firme.
Caminaba para reunirse con Johnson junto a la estatua dorada del General
Sherman, como habían quedado cuando lo llamó a las ocho de la mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario