viernes, 20 de marzo de 2015

LAS TORRES GEMELAS 8



CAPITULO 8


Alex Sigilo, aprovechó que usaba una camisa de manga corta para pellizcarse un brazo y cuando le dolió se dio cuenta de que no estaba dormido. Había pasado de torturar inconformes, artistas protestatarios o presos políticos en el Retén Sur de Chimbacalle a tener una reunión con el Director Interino del FBI en las mismas oficinas de los Federales en Nueva York, y lo que era más importante: él era el protagonista principal de esa reunión.

Aturdido aún por todo lo que había ocurrido tan rápidamente en esa sala, no se percató que Johnson lo había sacado del brazo hacia un elevador de servicio y cuando se dio cuenta ya estaba embarcado en la famosa Chevrolet negra.

En el camino, Johnson le explicó que el Director Interino había venido a Nueva York sólo para reunirse con él. Que habían estado buscando la persona apta para encomendarle esta misión y que casualmente habían recibido de Quito la información de que un antiguo informante de la CIA, viajaba a los Estados Unidos.

En el tiempo que demoró su viaje de Quito a Nueva York, el FBI recabó toda la información que poseían sobre el trabajo de la CIA en Quito, en tiempo de Philip Agee. Analizaron los objetivos que se habían logrado, los casos que habían manejado y en los que había participado el Agente Sigilo y decidieron correr el riesgo de apostar por él para esta misión.

Estaban enterados de sus entrenamientos por parte de la CIA, tanto en Quito como en Nueva York, la experiencia de haber estado seis meses viviendo aquí en los años sesenta, el poco conocimiento del idioma inglés, pero más que nada su apego al estilo de vida estadounidense.

Le explicó que lo que buscaban era alguien extraño totalmente a la Inteligencia Norteamericana, que no tenga nexos ni con los israelitas ni con los musulmanes y que pueda trabajar sin levantar sospechas en medio de un caos de información que existía entre las Agencias de Inteligencia Nacionales e Internacionales.

Que él tenía órdenes de facilitarle lo que necesite, ya sea una computadora, una bebida refrescante, un helicóptero o el cadáver del escogido, si esto facilitaba el trabajo que le encomendaron. Que pondrían a sus órdenes grupos de técnicos en informática, lucha antiguerrilla, asesores jurídicos o publicistas e inclusive mujeres de vida licenciosa o curas si lo que se le ocurría a Míster Sigilo podía solucionar el tremendo problema en que se hallaba inmersa la primera potencia mundial.

Alex Sigilo tenía una sensación muy conocida: los síntomas del chuchaqui, ese estado en que la mitad de las neuronas se ha muerto, un tercio no despierta todavía y el resto no le obedece. Pensaba que solamente un buen cebiche y una cerveza helada le iban a sacar de su sopor, pero habían llegado a casa de Wilfrido y el tiempo apremiaba.

Explicó a sus parientes que la reunión que había tenido había sido exitosa, pero que por eso tenía que viajar inmediatamente. Tomó el equipaje que había dejado preparado en la mañana y con un abrazo de agradecimiento explicó que le llevaban al aeropuerto en un vehículo oficial para facilitar el viaje.

Cuando llegaron al Hotel Plaza, solamente la primera impresión le dejó sin aliento. Volvió a pensar que estaba soñando, pero un ruido en el estómago le recordó que estaba despierto y que no había probado bocado desde el desayuno. Le entregaron la llave de su suite en la recepción,  y Johnson le dijo que esperaba su llamada a las ocho de la mañana del siguiente día.

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