martes, 17 de marzo de 2015

LAS TORRES GEMELAS 5



CAPITULO 5

Nueva York 11 de Agosto de 2001


Después de una larga celebración del aniversario de Independencia ecuatoriana, Nueva York amaneció cálido y soleado. Era sábado y soplaba una fresca brisa mañanera.

Todos dormían en casa, cuando a las ocho de la mañana Alex salió de su habitación después haber preparado su equipaje para regresar a Quito. Solo le restaba cumplir la cita que había ofrecido para las doce del día.

Mientras desayunaba, hacía un recuento de los últimos años de su vida profesional y el balance general podía ser satisfactorio.

Tenía 22 años en 1964, cuando consiguió entrar en la Policía Civil Nacional, en Quito, como aprendiz de pesquisa, que era un policía de civil que actuaba no siempre apegado a la ley y que hacía labores que hubieran sido ilegales si las hacía la policía. Había entrado a estudiar Jurisprudencia en la Universidad Central y empezaba a relacionarse con la vida política de la capital.

A raíz del triunfo de la revolución cubana, los Estados Unidos se preocupan por la proliferación de movimientos izquierdistas en Latinoamérica y empieza una campaña de desprestigio al comunismo, dándole una imagen terrorífica ante los ojos incrédulos de una sociedad que había estado acostumbrada a que sus conflictos no sobrepasen el ámbito doméstico.

Es en ese momento histórico (para la CIA, me imagino) cuando la simpleza de su trabajo se convierte en algo interesante. Es entonces cuando Álex consigue vislumbrar su futuro. Tiene un rol que cumplir en el desenvolvimiento político de su país, no importa cuál sea, pero será un engranaje más en esa maquinaria.

A pesar de su ascendencia indígena, Álex tenía un “no sé qué” que atraía a las mujeres. El cine, especialmente el mexicano le permitió copiar ciertos detalles de sus ídolos tanto en el peinado como en el vestuario, lo que terminó convirtiéndole en una versión indígena de Alberto Vásquez. Claro que hubiera preferido reemplazar a Christopher Plummer en el papel de Atahualpa.

Su copete engominado, sus jeans apretados, mocasines y medias blancas, y su chompa de cuero al hombro, le daban un aire de rockero juvenil, que disimulaba muy bien su labor de pesquisa husmeador.

Asistía a clases de siete a nueve de la mañana, se enteraba de las novedades políticas universitarias y a las nueve y media estaba en las oficinas del SIPE Servicio de Inteligencia de la Policía, en el Regimiento Quito.

Había tenido suerte, nunca fue herido de gravedad, nunca se vio envuelto en escándalos: por poco se complica con el caso Calderón Muñoz, porque el señor “P” que en ese tiempo era asesor del General Jarrín, le propuso que vaya a Guayaquil y le dé una lección a Calderón, pero para su suerte el señor Yánez que también era asesor, dijo que prefería que vaya alguien que conozca el medio y sepa cómo proceder. Los resultados fueron catastróficos y el resto ya lo sabe todo el mundo.

Igual en el caso de los hermanos Restrepo: esa semana pidió licencia porque tenía que viajar a Cuenca a cerrar un negocio y ya vieron cómo acabó.

No podía quejarse, de alguna manera la suerte le había acompañado. Habían pasado casi cuarenta años e iba a tener una reunión con un jefe de la CIA en Nueva York.

Se despidió de su primo y su esposa que ya estaban tomando un bronch y faltando cinco minutos para las doce, caminó hacia la Tahoe negra que lo estaba esperando.

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