CAPITULO 12
Larry Silverstein, de origen judío era el arrendatario del complejo del
World Trade Center que incluía cuatro edificios y casi 40.000 metros cuadrados
de áreas comerciales. Ese contrato de arrendamiento por 99 años firmado en
Enero de 2001 le daba a Silverstein derecho a reconstruir el complejo en el
caso de que fuera destruido por un ataque terrorista.
Por consideraciones de seguridad, no se había instalado las oficinas de
SIGILO en las Torres Gemelas donde también tenía oficinas el FBI, sino en el
WTC 7 un edificio que había sido construido por Silverstein y que quedaba
dentro del complejo, pero separado de las dos torres por la calle Vesey.
Alex se sentía abrumado por la altura de los edificios, la ropa que le
quedaba grande y la inseguridad de no saber el rumbo que iba a tomar la
responsabilidad que había adquirido.
El WTC 7 tenía 47 pisos y el Gobierno arrendaba dos plantas: la 9 y la
10.
En la 9 se había instalado la Oficina de SIGILO, en un área aproximada
de 2.000 metros cuadrados. Cuando Alex ingresó a lo que sería su cuartel
general por una puerta de madera de 1 metro de ancho, no pudo contener el
estupor, al comprobar que en su interior albergaba unas instalaciones que
solamente había visto en películas.
Un sector correspondiente a una cuarta parte del piso, estaba dividido
en zonas de trabajo, debidamente delimitadas por paneles desmontables. Todas
las divisiones, el cielo raso y el piso eran grises y esa monotonía sólo era
rota por una serie de líneas de colores que guiaban a las diferentes secciones:
Inteligencia, Logística, Análisis y Recopilación.
En cada una de las Secciones había gente trabajando concienzudamente o
por lo menos eso le pareció a Alex.
Al fondo, con una vista aprisionada entre las dos Torres Gemelas, estaba
la oficina principal, era la única que mantenía su privacidad por estar
separada del resto de la instalación por paredes altas.
Al ingresar, observó la distribución con una mesa de reuniones para unas
dieciséis personas, un área para cafetería y una batería de baños.
Junto a los ventanales dos escritorios separados por una mesa donde
estaba una compleja estación de comunicación que incluía teléfonos,
computadoras, impresoras, escáneres y otros aparatos que Alex no pudo
identificar.
De pié, junto a la ventana, vistiendo una campera de cuero café y con
gafas obscuras se hallaba Stan Lee.
¿Stan Lee?
Si, el mismo, el creador de los
4 Fantásticos, El Hombre Araña, Hulk, Iron Man y los Vengadores.
Era su ídolo, se había visto todas las películas de sus personajes, se
conocía hasta el menor detalle de cada uno y siempre se había identificado,
especialmente con el Hombre Araña. Aunque últimamente, estaba pensando
cambiarse a Iron Man.
Lo recibió con una sonrisa bonachona y en ese momento tuvo una epifanía,
todas sus preocupaciones, sus frustraciones, su inseguridad, desaparecieron y
se convirtió en un ser resuelto, decidido, nuevo héroe estadounidense,
insuflado de todos los poderes de los personajes de Stan que en un apretón de
manos pasaron a sus venas.
Infló su pecho, pero ahora no se notó porque la ropa le quedaba grande.
Pero ya no le importaba.
—Stan es la otra persona con la que tendrás contacto permanente. Él es
de quien te había hablado antes y trabajará con nosotros todo el tiempo hasta
que solucionemos esto—dijo, Johnson.
—Bien—, dijo Stan, —estoy aquí para colaborar contigo, espero que mis
conocimientos te sean útiles—.
—Gracias— atinó a decir, y cogiendo el toro por los cuernos asumió su
papel de Jefe:
—Pongámonos a trabajar— dijo.
—Quiero sobre la mesa de reuniones todo el material del que dispongamos
al momento, convoque a una reunión a los Jefes de Sección, y no perdamos más
tiempo, que la justicia, la libertad y la democracia, nos necesitan —.
Regresó a ver a su espalda, porque no estaba seguro de que era él quien
había hablado. Pero atrás no había nadie. Había sido él. Sonrió para sus
adentros y fue a buscar un café.
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