viernes, 13 de marzo de 2015

LAS TORRES GEMELAS

 

                                                                 CAPITULO TRES

En un movimiento increíblemente ágil y coordinado, en menos de treinta segundos estaba en el interior de la Chevrolet Tahoe.
—Señor Sigilo, no tiene de que preocuparse— le dijo en perfecto castellano el  grandulón que tenía al frente.
—Solamente nos interesa informarle que nuestro jefe quiere tener una reunión con usted a la brevedad posible, díganos cuando puede y nosotros nos encargaremos de lo demás—.

Alex estaba acostumbrado a manejar situaciones como ésta; además el entrenamiento dado por la CIA en Ecuador y en los Estados Unidos, le había servido para templar su espíritu y para analizar los hechos conforme iban sucediendo. Por esto solamente sonrió al contestar:

—Me encantaría colaborar con ustedes, pero como saben, acabo de llegar y necesito unos días de descanso, si su jefe puede esperar, podemos reunirnos el sábado 11 a las doce del día, estaré esperando por ustedes en la casa que vigilaban mientras dormía —.

Y dicho esto hizo un ademán para salir del vehículo, y en silencio, quienes lo habían detenido, abrieron la puerta de la Tahoe y lo dejaron salir, no sin antes cruzarse una mirada de admiración por la sangre fría del ecuatoriano.

Al salir Alex se dio cuenta de que en realidad habían sido cuatro vehículos los que los seguían y que les habían rodeado de tal manera que el Toyota de Wilfrido quedo escondido en medio de los cuatro. 

Cuando hubo ingresado al vehículo de su primo, advirtió la palidez cadavérica de la pareja que con la boca abierta, los ojos desencajados y la piel erizada, no alcanzaban a entender lo que había sucedido.
Cuando lograron pestañear, los cuatro Tahoe habían desaparecido.

—Era una broma de un antiguo amigo— comentó Alex, trayendo a la memoria su época de trabajo con Philip Agee.

Alex no podía olvidar que sus primeros trabajos importantes los realizó en la época en que Agee trabajaba en la “Estación” de Quito, como llamaban en la Embajada Americana al centro de operaciones de la CIA en Ecuador. Bueno, cuando ejecutó esos trabajos, no sabía que lo hacía para ellos sino que eran encargos del señor “P”, o el señor “J”.

Sin cruzar palabra y más de una manera mecánica e impersonal, Wilfrido encaminó el auto por la Avenida hacia Manhattan, mientras Mariana tratando de recuperar el color y la respiración, se aclaraba la garganta para poder seguir con la conversación.
No sabía que decir.  Cuando se dio cuenta de que los habían interceptado, lo primero que pensó fue: “la Migra”, era su subconsciente trabajando. Pero luego reaccionó y se acordó de que había mucha gente en las mismas condiciones que ellos y todos seguían viviendo igual por años.

Ya empezaba a tranquilizarse, cuando le vino a la memoria comentarios que le había hecho el Wilfrido sobre el trabajo de Alex en el Ecuador, algunas referencias de entrenamientos que había recibido en los Estados Unidos y más que nada una conversación telefónica que había escuchado accidentalmente entre Wilfrido y su madre, donde comentaban una supuesta relación de Alex con la CIA.

Como no tenía datos para analizar, ella pensó que eran los de la “Compañía”, quienes detenían a Alex por una supuesta traición, que se lo iban a llevar y que ese fue el último momento en que alguien lo vio con vida.
 

Se extrañó más aún, cuando vio que Alex regresaba sonreído.

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