jueves, 9 de abril de 2015

LAS TORRES GEMELAS 25






CAPITULO 25


Miércoles 22 de Agosto
El montaje de la nueva oficina de Alex, estaba encaminado.
Jennifer le comunicó la noche anterior que había encontrado una oficina más fresca y menos claustrofóbica que la que tenía ahora, ubicada a pocas manzanas del WTC.

El Jefe de Logística había adelantado la compra de muebles de oficina, computadores, equipos telefónicos y de seguridad y solamente faltaba la orden de Sigilo para entregar todo en una dirección que nadie sabía. Un camión conseguido por Williams haría el traslado y ni siquiera Sigilo conocía la dirección.
A las once de la mañana habían llevado todo el menaje y a la tarde Alex iría a conocer su oficina.

Mientras tanto había información de que la CIA le impidió a Mark Rossini y a Doug Miller, agentes especiales del FBI, notificar sobre los planes terroristas de unos sauditas que estaban siendo entrenados en escuelas de aviación norteamericanas.

Habían averiguado que uno de los sospechosos, Khalid al-Mihdhar, tenía en su pasaporte saudita visados de entrada múltiple a Estados Unidos. Miller preparó un borrador del informe para el FBI, pero dos oficiales de la CIA, Michael Anne Casey y Alfreda Frances Bikowsky le ordenaron no informar al FBI sobre al-Mihdhar; y otros jefes de la CIA no alertaron el FBI u otras agencias de seguridad sobre la llegada de Nawaf al-Hazmi, al que la agencia había seguido.

Rossini había comentado su encuentro con Casey, diciendo: «Me miró como si estuviera hablando en un idioma extranjero… Y refiriéndose a Miller: Los dos nos quedamos pasmados y no podíamos entender por qué al FBI no se le iba a informar sobre eso.»
«Nos pidieron no decir nada», admite Rossini. A la pregunta de quiénes fueron, había contestado: «La CIA. No puedo dar los nombres. Simplemente en la oficina se entiende que no se podía confiar en ellos [los investigadores], que estaban intentando culpar a alguien, meter a alguien en la cárcel», cuenta Rossini.
«Dijeron que [los investigadores] no estaban autorizados a saber lo que estaba pasando en términos operativos».

Esta conversación había sido transcrita desde la oficina personal de la Pickard, a donde acudieron directamente al no obtener respuesta positiva de sus inmediatos superiores.

Un informe de la Jefatura de Inteligencia les dio revelaciones importantes acerca de cómo la CIA y otras agencias de inteligencia estadounidenses estaban ignorando y aun suprimiendo advertencias sobre ataques terroristas en un futuro próximo.

Para Alex, esa era la punta del ovillo que había que seguir, pero él no podía hacerlo personalmente, ni tenía quien lo haga por él; si hubiera estado en Quito, hubiera mandado al Maiguashca y al Ballesteros a hurgar aunque sea en las oficinas de los jefes, pero se hubiera enterado de quien estaba atrás de esto.
Ese par de longos si se metían en cualquier parte y no le tenían miedo a nada, allí todo se hacía a la criolla y no quedaba ni una piedra que levantar. Bueno, casi siempre, porque cuando algún jefe estaba involucrado o alguien relacionado con la política o los medios de comunicación iba a ser inculpado en el caso, enseguida venía la orden de suspender cualquier investigación.

Bueno, ellos también habían aprendido que cuando el interesado no era muy importante o no podía llegar hasta los jefes, los sacrificados pesquisas también podían hacerse de la vista gorda a cambio de cualquier cosa que le esté sobrando al perseguido, como una caja de whisky, un reloj de oro o unos pasajes a Miami.

Pero, ahora estaba en Nueva York y él no mandaba, sólo hacía lo que era necesario para tratar de impedir que todo lo que alguien había planeado, se cumpla.

Para proteger de terceros la información de que disponían, acordaron que desde ese día, Alex trabajaría las mañanas en el WTC y las tardes en la nueva ubicación.

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