CAPITULO 25
Miércoles 22 de Agosto
El montaje de la nueva oficina de Alex, estaba encaminado.
Jennifer le comunicó la noche anterior que había encontrado una oficina
más fresca y menos claustrofóbica que la que tenía ahora, ubicada a pocas
manzanas del WTC.
El Jefe de Logística había adelantado la compra de muebles de oficina,
computadores, equipos telefónicos y de seguridad y solamente faltaba la orden
de Sigilo para entregar todo en una dirección que nadie sabía. Un camión
conseguido por Williams haría el traslado y ni siquiera Sigilo conocía la
dirección.
A las once de la mañana habían llevado todo el menaje y a la tarde Alex
iría a conocer su oficina.
Mientras tanto había información de que la CIA le impidió a Mark
Rossini y a Doug Miller, agentes especiales del FBI, notificar sobre los planes
terroristas de unos sauditas que estaban siendo entrenados en escuelas de
aviación norteamericanas.
Habían averiguado que uno de los sospechosos, Khalid al-Mihdhar, tenía
en su pasaporte saudita visados de entrada múltiple a Estados Unidos. Miller
preparó un borrador del informe para el FBI, pero dos oficiales de la CIA,
Michael Anne Casey y Alfreda Frances Bikowsky le
ordenaron no informar al FBI sobre al-Mihdhar; y otros jefes de la CIA no alertaron
el FBI u otras agencias de seguridad sobre la llegada de Nawaf al-Hazmi, al que
la agencia había seguido.
Rossini había comentado su encuentro con Casey, diciendo: «Me miró como
si estuviera hablando en un idioma extranjero… Y refiriéndose a Miller: Los dos
nos quedamos pasmados y no podíamos entender por qué al FBI no se le iba a
informar sobre eso.»
«Nos pidieron no decir nada», admite Rossini. A la pregunta de quiénes
fueron, había contestado: «La CIA. No puedo dar los nombres. Simplemente en la
oficina se entiende que no se podía confiar en ellos [los investigadores], que
estaban intentando culpar a alguien, meter a alguien en la cárcel», cuenta
Rossini.
«Dijeron que [los investigadores] no estaban autorizados a saber lo que
estaba pasando en términos operativos».
Esta conversación había sido transcrita desde la oficina personal de la
Pickard, a donde acudieron directamente al no obtener respuesta positiva de sus
inmediatos superiores.
Un informe de la Jefatura de Inteligencia les dio revelaciones importantes
acerca de cómo la CIA y otras agencias de inteligencia estadounidenses estaban
ignorando y aun suprimiendo advertencias sobre ataques terroristas en un futuro
próximo.
Para Alex, esa era la punta del ovillo que había que seguir, pero él no
podía hacerlo personalmente, ni tenía quien lo haga por él; si hubiera estado
en Quito, hubiera mandado al Maiguashca y al Ballesteros a hurgar aunque sea en
las oficinas de los jefes, pero se hubiera enterado de quien estaba atrás de esto.
Ese par de longos si se metían en cualquier parte y no le tenían miedo a
nada, allí todo se hacía a la criolla y no quedaba ni una piedra que levantar.
Bueno, casi siempre, porque cuando algún jefe estaba involucrado o alguien
relacionado con la política o los medios de comunicación iba a ser inculpado en
el caso, enseguida venía la orden de suspender cualquier investigación.
Bueno, ellos también habían aprendido que cuando el interesado no era
muy importante o no podía llegar hasta los jefes, los sacrificados pesquisas
también podían hacerse de la vista gorda a cambio de cualquier cosa que le esté
sobrando al perseguido, como una caja de whisky, un reloj de oro o unos pasajes
a Miami.
Pero, ahora estaba en Nueva York y él no mandaba, sólo hacía lo que era
necesario para tratar de impedir que todo lo que alguien había planeado, se
cumpla.
Para proteger de terceros la información de que disponían, acordaron que
desde ese día, Alex trabajaría las mañanas en el WTC y las tardes en la nueva
ubicación.
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