CAPITULO 37
Miércoles 4 de Septiembre de
2001
Bush padre e hijo: la
diplomacia Carlyle
El arribo de George W. Bush a
la presidencia de los Estados Unidos constituye una consagración para el
Carlyle Group. El nuevo presidente de la Casa Blanca, de hecho, debe su
nombramiento a la viveza jurídica de James Baker III, miembro del Carlyle Group,
y a los amigos políticos de su padre, George H.W. Bush, vinculado también a los
fondos inversionistas de Washington.
Carlyle incluso financió la
campaña política de los republicanos con una suma de 359,000 dólares, contra
sólo 68,000 para los demócratas. La desventaja de esta política es que centra
sobre la sociedad la atención del conjunto de los medios de comunicación
estadounidenses.
El primer escándalo verdadero estalla en marzo de 2001, con motivo de una visita de Bush padre a Arabia Saudí, en calidad de responsable del Carlyle Group. Su encuentro con el rey Fahd suscita numerosas preguntas en la prensa estadounidense: ¿se trata de un encuentro diplomático?, ¿de un viaje de negocios privados?, ¿de ambas cosas a la vez? Preguntas mucho más legítimas cuando el ex presidente de los Estados Unidos, acompañado de John Major, aprovecha la ocasión para reunirse con ex socios de negocios, la familia Bin Laden, en momentos en que uno de los hermanos, Osama bin Laden, es ya considerado una amenaza terrorista por los servicios de información estadounidenses.
El segundo caso más importante se refiere a Corea del Sur. La llegada al poder de George W. Bush se caracterizó por una política sumamente agresiva con respecto a Corea del Norte. Los países de la región, tales como Corea del Sur o Tailandia, ven con malos ojos esta escalada diplomática que les hace cuestionarse seriamente sobre los acuerdos firmados con Carlyle en mayo de 1999, con motivo de una visita de George Bush padre.
Existen contactos privilegiados entre la sociedad y numerosos dirigentes locales, ya que Carlyle cuenta en sus filas con el primer ministro surcoreano electo en 2000, Park Tae-joon, así como con su yerno, Michael Kim, encargado de la gestión de los intereses coreanos en los Estados Unidos, y con el ex primer ministro tailandés, Anan Panyarachum.
Esta estructura pacientemente construida se ve de pronto afectada por las declaraciones del nuevo presidente norteamericano, influido él mismo por los halcones de su gobierno. George W. Bush parece jugar contra su propio equipo. Muy pronto es llamado a recapacitar.
El 6 de junio de 2001, George W. Bush hace un viraje brusco y anuncia la reanudación del diálogo con Pyongyang. Cuatro días después, el New York Times alude a las discusiones entre Bush padre y Bush hijo que provocaron esa decisión: según el diario, Bush padre, convencido de que su hijo había sido mal orientado por el Pentágono, le habría aconsejado adoptar una posición más moderada en este caso.
Habría esgrimido el argumento de que una posición dura con respecto a Corea del Norte pondría en dificultades al gobierno surcoreano, y, por consiguiente, dañaría los intereses norteamericanos en la región. Injerencia ésta muy poco habitual en la dirección de una democracia tan sólidamente arraigada como la de los Estados Unidos.
Esto no constituye un hecho aislado: el 18 de julio de 2001, el New York Times informa sobre una nueva intervención del ex director de la CIA en la diplomacia estadounidense. George Bush padre, en efecto, habría llamado de parte de su hijo a Abdullah, el príncipe heredero de Arabia Saudí, con el objetivo de garantizar al gobierno saudí que «el corazón [de su hijo] estaba del lado correcto» con relación al Medio Oriente.
Una llamada necesaria a causa de la política exclusivamente pro-israelí llevada a cabo por el actual presidente. Según el diario, este último estaba presente cuando se hizo la llamada telefónica. Estas revelaciones provocan violentas reacciones por parte de las organizaciones cívicas que abogan por moralizar la vida política. Así, son muchas las que piden que Bush padre dimita del Carlyle Group si es que desea desempeñar un papel en la diplomacia del país.
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