domingo, 26 de abril de 2015

LAS TORRES GEMELAS 41



CAPITULO 41


Sábado 7 de Septiembre de 2001

Después del desayuno, salieron a caminar por Central Park, la mañana era fresca, los ánimos se habían tranquilizado y la preocupación por los posibles hechos de la siguiente semana ya estaba compartida.

—Pero, ¿estás seguro de lo que nos cuentas? ¿Crees que puede pasar? Preguntó Mariana preocupada.

—Bueno, toda la información que tenemos parece indicar eso. Contestó.

—No creo que alguien esté dispuesto a sacrificar miles de vidas humanas por un capricho político-económico. Apuntó Wilfrido.

—Todo lo que te puedas imaginar se queda corto al comparar con la total falta de humanidad de esta gente, que juega con la vida de millones de personas, porque no son los miles que morirán la próxima semana, son los millones que morirán los próximos años para que cuatro pillos demuestren su capacidad de poder.

Ambos cruzaron sus miradas al oír la facilidad de expresión que había adquirido y la claridad de las ideas de Sigilo.

—Si crees que es inevitable, tratemos de avisar a los que conocemos que vivan o trabajen cerca y que pueden correr riesgos. Quizás si vamos al Consulado ecuatoriano para advertir a la gente, ellos nos pueden ayudar. Muchos ecuatorianos deben trabajar en las Torres. Acotó Wilfrido.

En ese momento, Alex recordó a Segundo Paute, que tan bien lo había atendido cuando habían ido al Windows of the World. Tenía que avisarle.

—Tengo que avisarle a Jennifer, dijo Mariana.

—Sería bueno que lo hagas, ya que ella que tiene una vida social tan agitada y puede estar cerca ese día, ojalá no crean que estoy loco. Comentó Alex, para descartar sospechas.

— ¿Por qué no te quedas con nosotros el fin de semana? Inquirió Wilfrido con aire paternalista.

—De acuerdo, pero con una condición, me van a permitir que los lleve a pasear hoy día, luego en la noche podemos ir a casa, pero ahora quiero que me guíen en un recorrido turístico por la ciudad. Quiero recordarla como es ahora.

—Vamos en mi auto, propuso Wilfrido.

—No, alquilaremos un vehículo cómodo con chofer y nadie manejará. Todos los gastos correrán por mi cuenta y el lunes veremos que nos depara el destino.

Consiguieron  una minivan con un conductor neoyorkino, no que había nacido aquí, porque esos no existen, sino un cubano trasplantado, con una educación sofisticada y una dicción con mucho son. Tenía mucho sentido del humor y pronto fueron cuatro turistas buscando sitios raros donde entretenerse.

—Para en la esquina que quiero un perro caliente.

—No mi hermano, yo te llevo a comer el mejor hot-dog de Nueva York.

— ¿Por qué no buscamos donde tomar un mojito?

—Yo conozco donde preparan los mejores mojitos del mundo.

— ¿Y si fuéramos al Museo de Arte Moderno?

—Yo conozco donde está el arte realmente neoyorkino.

Y así. Pasearon, comieron, bebieron, se tomaron fotos en los sitios más extraños, conocieron a los artistas desconocidos, compraron ropa usada, sirvieron de modelos a un pintor haitiano, 

Alex se cortó el pelo en una peluquería que tenía más de cien años de existencia. Mariana se pintó las uñas en el local de unas jamaiquinas y Wilfrido compró un par de lentes usados a un judío retirado que tenía un puesto de antigüedades.

A la noche pasearon por Broadway, Sigilo compró un disfraz del Fantasma de la Ópera y Mariana se dejó maquillar como personaje de Cats.

Cansados, llegaron a casa a las once de la noche, cuando la fiesta recién empezaba, pero sus cuerpos no resistían.

Mañana sería otro día y quedaban cosas pendientes.

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