CAPITULO 40
Sábado 7 de Septiembre de
2001
Cuando habló con Wilfrido
anoche, Alex, estaba muy preocupado, no solamente por lo que sabía que iba a
suceder, sino por el hecho de haber ocultado a su familia que se había quedado
en Nueva York.
Llevaba más de un mes en
esta ciudad y sus parientes más cercanos, los que habían tenido la amabilidad
de invitarle para que vaya a esa ciudad, los causantes de su presencia y fama
en Nueva York, no sabían que estaba allí y peor aún que trabajaba para el FBI.
Claro que su pretexto tenía
que ver con la protección de la seguridad de sus parientes.
Los había citado para el
sábado en Sarabeths un sitio espectacular en Times Square donde se puede
desayunar en la terraza con vista al Central Park.
Eso sí, como buen conocedor
de Nueva York, les pidió que madruguen, porque los fines de semana la clientela
era numerosa; de todas maneras como él estaba más cerca, llegó temprano y pudo
tomar una mesa con una magnífica vista.
A las ocho y quince de la
mañana llegaban dos sorprendidos parientes que no podían creer el cambio que
Alex había experimentado.
—No puedo creer que seas tú.
Le dijo Mariana, quien no dejaba de admirar la elegancia de Alex.
—No pareces ni pariente. Le
reclamó Wilfrido, quien calculaba cuanto le podía haber costado sólo el par de
zapatos que calzaba su primo.
—Y no te digo porque has
cambiado de pinta, sino porque un buen pariente se acuerda de los suyos. Cómo
no vas a avisarnos que estás aquí. Si algo te hubiera pasado, a quien crees que
le iban a echar la culpa, a nosotros, que fuimos los que te invitamos.
—Eres un desconsiderado, un
ingrato. No debíamos haber venido, solamente porque Mariana me insistió, por su
curiosidad es que estamos aquí.
Wilfrido hubiera seguido así
toda la mañana, si Mariana no le hubiera clavado las intensas, movida por la
curiosidad. No era momento para reclamos, era un momento para preguntar, para
salir de dudas.
— ¿Dónde has estado
viviendo? ¿Te has visto con Jennifer? ¿Qué has estado haciendo? ¿Si te has
visto con Jennifer, porqué ella no me ha contado? ¿De dónde sacaste esa ropa?
—Te has engordado.
Alex pensó que había sido un
error de su parte el reunirse con sus parientes, pero luego de tranquilizarse,
consideró que necesitaba contarles lo que le había pasado y advertirles de lo
que podría pasar.
—No, no me he visto con
Jennifer.
—Estoy viviendo en el Plaza.
—Trabajo para el FBI.
—No, no me he visto con
Jennifer.
—La he comprado en la Quinta
Avenida.
—No puedo haber engordado
debido a la tensión con la que he vivido. El trabajo es estresante, no tengo un
horario para las comidas, cuando llego al hotel estoy exhausto, me he pasado a
pan y agua y además el tráfico me vuelve loco y el futuro lo veo negro.
No sabía cómo empezar a
contarles todo lo que le había sucedido, lo que sospechaba que iba a pasar y el
hecho que solamente les había llamado porque estaba preocupado por la seguridad
de los dos.
Decidió que lo iría haciendo
durante el desayuno, con cuentagotas para no crear nerviosismo y de la manera
más pausada posible, para que su tranquilidad fuera contagiosa.
—Desayunemos mientras les
voy contando el último capítulo de mi vida.
Después de decir estas palabras,
reflexionó, porque podía tener doble sentido lo que acababa de decir.
—Nunca regresé a Quito, me
quedé trabajando para el FBI, porque la propuesta era interesante, no había
riesgo y me parecían unas merecidas vacaciones …
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