CAPITULO
29
El 28 de agosto de 2001, amaneció con más noticias que de
costumbre, el general Michael A. Canavan, Director de Seguridad de la
Administración de la Aviación Federal de Estados Unidos, envió a todos los
aeropuertos y líneas aéreas, un comunicado que decía textualmente:” la FAA ha recibido información respecto a
un número de individuos asociados con actividades terroristas que planean
viajar en vuelos comerciales”.
Esto, conmocionó a la gente que trabaja en SIGILO, nadie
podía disimular el nerviosismo que reinaba. El silencio era tal que daba la
impresión de que los ratones andaban de puntillas para no despertar al gato.
En la mesa de trabajo, se decidió que no solamente se
mandaría la información a Pickard, sino que además se le pediría instrucciones
terminantes que ayuden a mantener la seguridad de quienes estaban involucrados
en la investigación y que por lo visto, lo estaban haciendo desde el ojo del
huracán.
Todos tenían la vista puesta en Alex Sigilo, pues era el
único que por lo menos en las tardes trabajaba alejado de las Torres Gemelas.
Bueno, no lo sabían, pero por lo menos se lo imaginaban.
En una resolución tripartita, Sigilo, Johnson y Stan Lee,
decidieron que se tomarían un tiempo más, hasta tener información totalmente
confiable que les permita alertar a los Servicios Secretos sobre lo que podría
ocurrir.
Circula un aviso de la Autoridad Portuaria de Nueva York, de
que el fin de semana del 8 y 9 de Septiembre, se cortaría la energía en la
Torre Sur, del piso 48 para arriba, para realizar una actualización de cableado
para aumentar el ancho de banda del WTC. Era la primera vez que algo parecido
sucedía desde la construcción de las Torres.
Por esta razón, todas las cámaras de seguridad, los sistemas
de ascensores de los pisos superiores y los sistemas de identificación en las
puertas de estos pisos, quedarían sin funcionamiento.
Salió a almorzar, pues había quedado con Jennifer en que conversarían
en privado antes de ir en la noche a la oficina. Quedaron en el Eleven Madison
Park, uno de los mejores restaurantes de Nueva York, según ella.
Demasiado elegante para su gusto, pensó Alex. Pero como que
de a poco se iba acostumbrando a este papel de agente secreto andino con plata
de los gringos.
—Hay detalles que tienes que saber de los muchachos, si
quieres que todo funcione. Empezó a adoctrinarle, mientras degustaba una copa
de champaña que ella había ordenado, pero que la pagaría él, con plata del Tío
Sam.
—Ninguno, óyeme bien, te dará una idea a título personal, el
grupo las da, pero ninguno se apersona. Están acostumbrados a trabajar así. Si
llega una noticia que sea útil para el grupo de trabajo, llegará, pero no
sabrás de donde vino. Si consiguen una información reservada o privada, que
puede estar relacionada con sus empleadores, te la darán, pero nunca sabrás
quien la obtuvo. Siempre han trabajado así y si no ven que te acomodas a su
sistema, no recibirás nada importante. Si no haces preguntas, puedes tener
acceso a información que ningún servicio secreto conoce.
Alex estuvo de acuerdo con las recomendaciones, sin despegar
los ojos de los diminutos, -por las porciones- platos que le pasaban, que por
los doscientos veinticinco dólares por persona que estaba pagando, le parecía
un poco caro.
Como se alargó el almuerzo, Alex decidió que si quería
trabajar en la noche, debería tomar un descanso en lo que quedaba de la tarde y
se verían a las ocho de la noche en WILLIAMS.
Luego de una siesta reparadora, un buen baño y un apropiado
cambio de indumentaria, tomó un taxi y se dirigió a su tercera oficina.
Cuando llegó, lo estaban esperando con noticias frescas: se habían enterado que estaba circulando una invitación para una reunión de
los miembros del grupo Carlyle a celebrarse el diez y once de Septiembre en el
Hotel Ritz-Carlton de Washington.
En ese momento, Alex Sigilo tuvo clara la fecha, aunque había
una pequeña duda. ¿Sería el diez u once de Septiembre lo que todos estaban
esperando temerosamente?
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