CAPITULO 28
No había sido fácil librarse de Johnson. Para completar la operación,
lo invitó a comer algo en un McDonald’s que quedaba al frente.
Luego del almuerzo, en donde hablaron trivialidades, se dedicó a
organizar la información que tenía archivada en sus nuevos computadores,
Johnson lo acompañó hasta las cinco de la tarde, en que se cansó de esperar
algo que pudiera levantar sospechas sobre la actitud de Sigilo, y se retiró
aduciendo que tenía órdenes de regresar al WTC.
En cuanto se hubo librado de la molestosa presencia, llamó a Jennifer
para coordinar la visita a WILLIAMS, el verdadero centro de investigaciones de
Manhattan.
Se dirigió al hotel, dejó su vehículo, cambió de ropa y cuando salió a
la esquina de la Quinta Avenida y 58, Jennifer lo esperaba en un Lexus LS430 negro
con vidrios obscuros.
Subió al asiento posterior y saludó con un guiño de ojo, pues no
estaban solos. Conducía un tipo blanco, de buen aspecto, que usaba una gorra de
piloto y que no abrió la boca.
— ¿Cómo te fue en tu nueva oficina? ¿Te gustó la decoración? Preguntó
muy relajada mientras ponía su mano derecha desenfada sobre el muslo izquierdo
de Alex.
Su perfume volvió a causar estragos en sus hormonas, pero se controló y
volvió a la realidad, para admirarla en un ligero terno pantalón rosa que a
duras penas contenía lo que Alex consideraba la bendición visual de su
existencia. Hizo un esfuerzo y contestó:
—Bien, el ambiente es ideal para trabajar solo; muy relajado y me va a
permitir aprovechar las tardes. Contestó.
—Bueno, me alegro. Ahora sí vamos a lo que nos interesa: está lista la
oficina de Williams y a las ocho de la noche tenemos una reunión con el grupo
que va a colaborar con nosotros en este proyecto. Tienes que llevar tú la
iniciativa, pero con los oídos bien abiertos, pues es gente con capacidades
especiales, con quienes hay que tener mucho tino en el trato. Comprenderás, que
muchos de ellos hacen este trabajo porque tienen vocación, más no porque
nacieron para servir. El papel del mayordomo no es el que se ve en las
películas o en los libros, ellos están más allá de eso.
Alex Sigilo iba a entrar esa noche en un mundo que no conocía. Él, que
se preciaba de saberlas todas, sentía que estaba en arenas movedizas, a pesar
de que aún no se enfrentaba con el escuadrón de los desconocidos.
Cuando llegaron al edificio de Jennifer, el vehículo fue directamente
al subsuelo y el chofer ayudó a bajar a Jennifer muy atento. Vestía un terno
azul petróleo de corte muy elegante, y su comportamiento era el de un
caballero.
Subieron a la suite que se había convertido en oficina, pero a
diferencia de la que acababa de dejar, esta era una sola habitación grande con
dos escritorios, una mesa de trabajo, una docena de sillas, un baño y una cafetería.
No era muy clara, y las únicas ventanas que tenía, eran altas y no
permitían vista alguna fuera del área de trabajo.
Estaba Williams acompañado de tres hombres, adultos
mayores, que frisaban los sesenta años. A ellos se unió quien había hecho de
chofer al traerles.
—Ellos son el estado mayor de esta misión, los presentó Jennifer, entre
ellos hablan en total ocho idiomas, dominan la cibernética o computación, te
pueden limpiar los zapatos o hacerte una traqueotomía. Saben dónde queda
Yibuti, o quien es el Rey de Suazilandia.
—Tienen más memoria que cualquier computadora, pero son una tumba
cuando de secretos se trata.
—Para no tener problemas adicionales y por conservar su anonimato, ya
que sus nombres están relacionados con la nobleza de Inglaterra, solamente nos
referiremos a ellos como X, Y, Z y James que tú ya conoces pues nos trajo hasta
aquí.
—Empezarán a trabajar contigo a partir de mañana a las veinte horas
y tendrán turnos rotativos para que
siempre esté alguien en la oficina, pues no pueden abandonar sus trabajos pues
viven de eso. Solamente acomodarán sus horarios.
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